martes, 4 de marzo de 2014

04 / 03 / 14


Cornerrollo diario

Para aquellos que habitualmente trabajamos en casa, las rutinas se convierten en algo esencial. De no ser así, puedes caer con facilidad en una espiral horaria que termina contigo almorzando a las 2 de la tarde, empezando a trabajar a las 4 y pidiendo un kebab a las 5 de la mañana.

Hay cientos de formas de marcarte un horario. Puedes optar por crear elaboradas tablas de Word con colorines vistosos, crear un entramado de alarmas que suenen a horas dispares o grabaciones musicales temporizadas. Pero al final, lo que realmente funciona, son los mapas sonoros.

¿Qué es un mapa sonoro? Ahora mismo lo explico. Antes, aclarar que no todo el mundo tiene la suerte de poder utilizarlos. Para empezar, es indispensable vivir en un bloque de pisos con multitud de amistosos vecinos y contar con el beneplácito de un constructor sin escrúpulos que crea que la contaminación acústica es todo álbum musical publicado después de los 80. 

Si has sido agraciado con todos estos elementos (paredes de papel de fumar y gente, mucha gente a tu lado) puedes empezar a fabricar tu mapa sonoro. 
En mi caso, el día empieza a las ocho y media de la mañana. ¿Es la hora a la que suena el despertador? ¡No! Es la hora a la que los vecinitos del sexto, que supongo deben tener entre seis y nueve años, bajan con su madre para ir al colegio. Entre los dos, consiguen una armonía vocálica digna de los niños cantores de Viena, y que empieza con un ¡AAAAAAA! lejano que incrementa su intensidad conforme el ascensor desciende para acabar con un ¡IIIIIIIII! Más lejano aun cuando el ascensor llega a la planta baja. ¡Hora de levantarse!

Tras el café, un repaso a los periódicos internáuticos y vestirse o no dependiendo del estado sexi en que me encuentre, llega el momento de poner manos a la obra. En esta ocasión, es una vecina (desconocida), situada entre uno y dos pisos por encima, la encargada de darme el aviso. Su visita al lavabo, que empieza con una ristra de arcadas y toses digna de un fumador de 90 años y acaba con el vómito (sí, vómito) que provoca un ¡CHAF! acuoso y nauseabundo, hace que cualquier rastro de hambre que quedara en mi interior desaparezca y quiera encerrarme en mi cuarto a trabajar.

Puesto en faena, divido la mañana en un par de proyectos para no quemarme demasiado las neuronas. EL momento de cambiar de uno a otro, está patrocinado íntegramente por el cartero comercial que tiene la delicadeza de llamar a TODOS los timbres del edificio no menos de TRES veces. El efecto es curioso porque puedes escuchar como los ¡RINGS! Suben las escaleras como si de un humano con campanillas en los tobillos se tratara. ¡Cambio!

El siguiente interludio llega a la hora de comer. A eso de la una y media, mi vecino, que vive puerta con puerta, muy majete, por cierto, llega de hacer lo que quiera que haga durante la mañana, abre la puerta y suelta un ¡SE PUEEEEEEEEEEDE! que retumba en todo el edificio. ¡una voz de mujer, supongo que es la señora de la limpieza, contesta con un aflautado ¡Paaaaaaaaaaseeeeeeee! Que si bien no llega a las cotas energéticas del grito anterior, no tiene nada que envidiar a una Laura Pausini en sus mejores tiempo. ¡Lunch Time!

Después de comer y preparar un buen cortado anti sopores, es momento de volver a la carga. Y quién mejor que mi vecino de arriba, al que no tengo el placer de conocer, para dar la nota de aviso. El hombre (o mujer) cada día, a las tres y media, tiene la necesidad de mover un sillón (mesa, silla, cuerpo moribundo) desde la entrada hasta el salón. Un ¡ÑIIIIIIIIIIIIIIIIIII! Que se desplaza por el techo como los fantasmas de la peli de Amenábar y que acaba con un sonoro suspiro de satisfacción (dolor, tensión, terror). ¡A trabajar!

Para terminar el día, nada mejor que cerrar el círculo. Y por eso, a eso de las 5 y media, regresan mis vecinillos del coro, cambiando, eso sí, sus ¡AAAAAAAAs! e ¡IIIIIIIIIIIIIIs! por insultos y golpes del tipo ¡JOOOOOOOOOO! ¡VAAAAAAAA! ¡ES MÍIIIIIIIIIIOOOOO! Que acaba con un portazo que hace temblar la taza de lápices que tengo sobre el escritorio que dice, ¡It’s Over man!

Y hasta aquí puedo leer. Cread vuestro propio mapa sonoro, o mejor aún, formad parte del mapa sonoro de alguno de vuestros amistosos vecinos. Os lo agradecerán.

¡Un abrazote!

P.D. Veremos si hay algún sello discográfico dispuesto a publicar mi mapa sonoro.

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