viernes, 28 de febrero de 2014

28 / 02 / 14



Cornerrollo diario

Llegan los carnavales y con ellos el ansia de hacer el idiota que haces en general cada fin de semana, pero estilizado. Claro que en los tiempos que corren, hacerse con un buen disfraz queda totalmente descartado. Si hace años que no recuerdo cómo es el sabor del jamón dulce original (sigo comprando ese sucedáneo que llaman york y que sabe a rayos) menos voy a gastarme un duro en ropa que sólo voy a utilizar una vez (o varias si al final acabo haciendo algún show en el metro para ganarme la vida, como dicen, esa es otra historia).

Teniendo eso en mente he cogido mis bártulos de pensar (me he peinado) y me he dirigido al bazar chino de la esquina para inspirarme. Después de un cuarto de hora paseando, y del tercer aviso del propietario (¿Tú buscas algo?) me he ido con unas cuantas ideas. 

Aviso. Son disfraces de mierda. Pero son simpáticos. Ninguno de ellos supera los 5 euros de gasto. 

1. Compra pintura roja (la de acuarela, no la de pared, no seas bestia) y un alfiler. Píntate la cara y ¡uala! Felicidades. Eres una almorrana. Ya puedes pasearte pinchando culos toda la noche con una sonrisa (Este es el anuncio de una acción que puede producir golpes, improperios y ataques, en caso de duda consulta con alguien con más cerebro que tú)

2. Compra un molinillo de viento, de esos que usan los niños para jugar y encájalo en un bote de champú acondicionador. Excelente. Ya puedes pasearte haciendo girar las aspas de tu nuevo juguete gritando que eres un aire acondicionado. ¿Es malo? Malísimo. Pero asegura alguna que otra sonrisa.

3. Coge un folio y colócalo horizontalmente. En el dibuja dos líneas rectas equidistantes. Sobre la primera, en letra clara, escribe: El contratante. Sobre la otra: El contratado. Ahora firma sobre las líneas (dos firmas distintas se entiende). Solucionada la primera parte, vístete de la peor forma posible. Totalmente desconjuntado y altanero y engancha la hoja sobre tu pecho. Cuando te pregunten (que lo harán) di que vas de contrato indefinido (aplauso mental por catastrófico)

4. ¿Sois un grupo? ¿Ni un duro? Fácil solución. Comprad cuerda en el chino (va a 50 céntimos el metro) y ataos todos por la cintura. ¿Qué tenemos aquí? Nada más y nada menos que una red social (Si hay algún artista, incluso se puede currar el logo de Facebook o Twitter o lo que sea. Y si no, lo imprimís, que son 30 céntimos)

5. Comprad una bolsa de gillettes de esas desechables. Juntad tres folios con celo y haced el típico barco de papel para que sirva de sombrero. Una vez terminado y asegurado de que os encaja en la cabeza, enganchad con cola blanca las maquinillas de afeitar como si fueran pasajeros del barco. Añadid el título: Melilla en el barquito de papel y ya lo tenéis. Sois una estupenda valla de melilla.

6. ¿Estás realmente fuerte? Quiero decir cachas, cachas, en mayúsculas. CACHAS. ¿Tus bíceps rompen más  camisetas que el increíble Hulk? Felicidades. Sólo tienes que apropiarte de una Biblia y serás la perfecta CICLOGÉNESIS.

7. Compra un flotador, de esos que están pensados para rodear tu cintura y un mechero. Infla el flotador y colócatelo. Ahora, cada vez que te muevas, alza el brazo sujetando el mechero dando chispazos. Eres un auto de choque humano. 

8. Si no eres un ser especialmente social. Si cada una de tus palabras está pensada y macerada para ser una bordería, estupendo. También lo tienes fácil. Camina siempre alejado a un paso de todos tus amigos, tanto en la calle, como en los bares, como en las discotecas. Cuando te pregunten, di que representas la deriva separatista
.
9. Compra una cartulina blanca. Colócala de forma vertical. Ahora toca dibujar. Pero no te apures. No hay que ser un maestro del arte para lo que te propongo. Has de dibujar el aparato digestivo. En simple, primero dibuja un tubo (la faringe/laringe). Después un segundo tubo más corto (esófago). El estómago. Un tubo enrollado que hará de intestino delgado y grueso. Ahora cuélgate la cartulina al pecho. El intestino debe acabar justo en tu cintura. Suponiendo que vas a estar bebiendo como un poseso durante el resto de la noche, felicidades. Eres la explicación del ciclo del agua.

10. Por último, más que nada porque el dueño se impacienta, compra una caja de cartón. Ciérrala bien. Practica una hendidura fina en la tapa. Ahora sólo falta que escribas en la caja que eres un referéndum y escribir tres preguntas (las que tú quieras) para que la gente vote. Sé creativo. ¡Y no te olvides de las octavillas (papeles en blanco) para que la gente pueda votar! ¿No se te ocurren preguntas? Un ejemplo. A) ¿Quieres que este tipo sea feliz? B) En caso afirmativo, ¿Querrías ser tú la causa de su felicidad?

En fin, espero que alguna de estas ideas os ayuden a elaborar vuestro disfraz carnavalero. Entre tanto, pasadlo bien y…

¡Un abrazote!

P.D. Prohibidos los móviles esta noche. Las fotos que se saquen os acompañarán…Siempre.

jueves, 27 de febrero de 2014

27 / 02 / 14



Cornerrollo diario

Caminar por Barcelona debería considerarse un deporte de riesgo. Ya no se trata solamente de esquivar coches, saltar motos o evitar a taxistas homicidas, no, con la llegada del siglo XXI, la crisis y el turismo, el peligro acecha detrás de cada esquina.

Así que cuando te encuentres en el portal de tu casa, preparado para salir, respira hondo, porque la aventura comienza. 

Nada más atravesar el umbral recibirás el ataque de dos ciclistas desbocados. Ten cuidado. Como los velociraptores, son una especie que ataca en equipo. Pueden ir en la misma dirección o embestir desde posiciones opuestas. No lo pienses. La técnica para frustrar la agresión es la misma en ambos casos. Brazos arriba emulando a un banderillero y giro de 360 grados. Los ciclistas pasarán rozándote la chaqueta y emitiendo un aullido de rabia similar a ¡Mecagüentusmuertoooooos! Déjalo pasar. Sólo es su bramido de irritación por no cobrarse la pieza del día.

Rechazado el primer conato de peligro se activa la fase dos. Alerta de caza. Aunque no te encuentres atractivo, aunque tengas un mal día, aunque las ojeras te lleguen a los carrillos, no dudes ni por un instante que eres una presa codiciada. Y a lo largo del camino encontrarás trampas específicamente diseñadas para atraparte. 

Se presentan generalmente en forma de hombres/mujeres extremadamente atractivos, sexuales, sonrientes y simpáticos. Gente que en cualquier otro entorno ni siquiera pestañearía al verte pasar. Y te buscan a ti. 

El modus operandi es el siguiente. El cebo (aquí podéis elegir hombre, mujer, ambos, según vuestros gustos) se acercará con una sonrisa deslumbrante y una caidita de ojos que te quitará la respiración. Tus miembros se paralizarán por la sorpresa. Te cerrará el camino para que tengas que detenerte y, con voz aterciopelada, te dará los buenos días. ¡Y es entonces cuando empieza el ataque!

Pueden ser ONGs, encuestas de todo tipo, la cruz roja… Si te detienes estás perdido. Nadie, NADIE, puede, una vez parado, evitar escuchar el rollo que tengan preparado. NO SE PUEDE.

Si has sobrevivido a las trampas, no creas ni por un momento que ya estás a salvo. Seas de donde seas, en algún punto, llegarás a una zona turística y descubrirás el apocalipsis Zombi. ¿Hablo de una horda de muertos con pasión por la carne cruda? No. Es peor. Gente que está de vacaciones, que ha olvidado lo que es trabajar y sólo tiene ojos para edificios, estatuas, anuncios y escaparates. De forma opuesta a los Tiranosaurios, los turistas no perciben a la gente en movimiento. Puedes toser, decir ¡Perdón! En todos los idiomas que conozcas que el resultado será el mismo. Van a ignorarte. 

Y eso no es lo peor. Su forma de moverse es errática. Nunca sabes cuándo van a detenerse, cuándo van a girarse o cuándo vas a quedar inmortalizado en la foto de un danés vestido con la camiseta del Barça y sombrero Mexicano. 

Chocarás, empujarás, maldecirás… Da igual. Son demasiados. No puedes luchar contra ellos. Como mucho, puedes intentar gritar ¡Mirad, es Gaudí! lo más alto que puedas esperando provocar una desbandada general (no me hago responsable del mal uso que se dé a esta técnica).

Añadid a todo esto a carreteros (dícese de aquella gente atrapada por la crisis y la pobreza que se pasea con carritos del Carrefour por las calles), pedigüeños, tarados (normalmente en el metro), compañeros (que suelen ser sudamericanos en paro que se beben sus pagas a las ocho de la mañana y vuelven tambaleándose a sus casas al grito de “Cooompañeeeeero”), invidentes “movilísticos” (a estos les tengo un odio especial. Tío, si no puedes esperar a llegar a casa para mandar un mensaje, al menos párate. Y si no. MIRA HACIA DELANTE), excrementos de perro, socavones, desprendimientos de fachadas, obras, obreros y obradores, deportistas con cascos musicales, gente en baja forma con cascos musicales, agrupaciones del pitillo a la puerta del trabajo, habladores del móvil en círculo, competiciones de carritos de bebé ocupando la calzada, niños descarriados rompe rodillas y os iréis haciendo una idea de todo lo que hay que evitar.

Así que, cuando acabe el día, por muy mal que te haya ido, piensa que has tenido mucha suerte. Has llegado a casa.

¡Un abrazote!

P.D. A la chica de Oxfam Intermón de plaza universidad. ¡Loviuuu!

miércoles, 26 de febrero de 2014

26 / 02 / 14


Cornerrollo Diario

Empieza a hacer buen tiempo, con su calorcito, sus mangas cortas, tirantes y gafas de sol. Algo estupendo si no fuera porque nuestro astro rey y yo tenemos una orden de alejamiento perpetua.

Sufro de lo que llamamos síndrome del faro. Para todos aquellos que no sabéis de qué hablo, imaginad esta imagen. 

Estáis en la playa (río, piscina, bañera comunitaria) rodeados de gente tostándose al sol. Podéis observar diferentes tipos de morenos. 

El café colombiano, que es aquel negro uniforme que desdibuja facciones, contrasta con la blancura de los ojos y te hace pensar en alienígenas invasores dispuesto a realizar prospecciones rectales por su poca naturalidad. 

El Café au lait, que es aquella especie de marrón decolorado que te invita a dudar entre moreno cartón y suciedad mal distribuida.

Pasamos de los marrones para adentrarnos en los naranjas colorados (sí, soy un tío, no entiendo de colores. El Fucsia es y será siempre rosa fuerte) Importados de los países nórdicos y especialmente de Alemania, tenemos el Gamba style. Los reconoceréis por intentar parecer el logo de los langostinos de “La sirena” y porque el agua hierbe al contacto con su piel. 

Los naranjitos, que son un tema aparte. Entre otras cosas porque tienen ese mismo tono de piel durante todo el año y te hacen recapacitar muy mucho sobre los efectos secundarios que pueden tener los UVA sobre el cerebro.

Y por último (aunque entre los mencionados hasta ahora hay cientos y cientos de combinaciones) el faro. 

Sí amigos, estáis en una playa abarrotada. Tenéis sed. Vais al chiringuito dando saltitos ridículos porque la arena quema y porque consiguen mover vuestras chichas de forma sexi y sugerente. Conseguís una cerveza fresquita y… ¡Vaya! ¿Dónde estaba yo? Y entonces lo veis. Vuestro punto de referencia. El faro que ilumina el camino. Un tío blanco, pero blanco cegador, blanco uniforme, blanco vampírico de venas azuladas, blanco de anuncio de detergente, blanco de blanqueador dental, el blanco del túnel de luz del final del camino, que deslumbra gracias a su piel y al cemento que llama protector solar, que desvía los rayos de sol dándole un aura angelical.

Ese, ese soy yo.

No es que me guste especialmente. Más que nada porque cansa que te señalen, que para mirarte se pongan gafas de sol o necesiten ambas manos haciendo visera para poder mantener una vista directa. Pero te acostumbras. Lo he intentado todo, pero cualquier protector solar menor de 50 hace que parezca un Gamba Style a punto de erupción. Y lo que es peor, una vez erupciono (cambio de piel serpentino) lo que queda debajo es un nuevo y revitalizado blanco, blancote. Con lo que no vale la pena el esfuerzo.

Como dicen hay que aceptar lo que se tiene. ¡Y además, nunca me toca ir a por cervezas al chiringuito!

¡Un abrazote!

P.D. En la nieve soy un camaleón. Nunca sabréis qué os ha atacado. 

martes, 25 de febrero de 2014

25 / 02 / 14


Cornerrollo diario

Anoche tuve una charla/discusión/debate con una amiga y seguidora. Entre copas de vino y cerveza, el diálogo derivó de los temas más comunes, Ryan Goslyn, coches voladores, la insoportable levedad del ser, a la política. Y fue entonces cuando mi compañera me recordó una viñeta que hice hace eones.

Tirando de hemeroteca digital, recuperé la viñeta en cuestión. En ella hacía referencia (como podéis ver) a la necesidad de imponer ciertos límites a los políticos. La moraleja, si es que se hay algo parecido en alguna de mis viñetas, era que no deberíamos permitir que cualquiera accediera a un cargo político.

Y aquí empezaron las recriminaciones. Argumentaba (mi compañera) que de ser así, sólo las élites económicas serían capaces de ocupar los puestos de poder, aquellas que tuvieran acceso a una mejor educación y privilegios. Tenía razón (en parte) pero entonces le expuse mi reflexión (y rellené su copa más de vino para que entrara mejor y porque la embriaguez es mi técnica de flirteo más efectiva).

¿Por qué el trabajo de político no debe requerir las mismas exigencias que se piden para cualquier otro tipo de empleo? Que yo sepa, no hay nadie al que no se le exija un mínimo de capacidades para desempeñar su trabajo. A nadie se le ocurriría debatir la necesidad de que un médico haya cursado una carrera (de medicina), ni que un electricista se dedicara a arreglar el cableado eléctrico de una casa pensando que la corriente alterna es la cola de clientes de un prostíbulo.

Toda dedicación necesita de conocimientos específicos para poder desarrollarla. ¿Por qué los políticos no?.

Mi compañera seguía en sus trece, y el vino disminuía con demasiada lentitud para cualquier acercamiento provechoso. Los políticos no han de poseer conocimientos sobre un tema específico. Con tener un conocimiento global, basta.

Es posible, pero vamos a ver. ¿Qué es lo que hace un político? Hablo desde mi ignorancia, por supuesto, así que cualquier error en toda esta diatriba (¡al fin he podido colocar la dichosa palabra!) es mía, solo mía y del vino (blanco).

Para mí es muy sencillo. Un partido político tiene una idea de gobierno (la que sea) y conoce y quiere ejecutar los mecanismos necesarios para poder llevarla a cabo. ¿Qué es entonces lo que ha de hacer el político de forma individual?

Para empezar, debe saber hacer llegar el mensaje que defiende. Qué quiero, cómo lo quiero y por qué es beneficioso lo que quiero para el ciudadano. Si estamos de acuerdo en este punto, lo primero que se le debe exigir a un político, por tanto, es un nivel alto de retórica, lo que en términos sencillos denominaríamos saber hablar. Declaraciones del tipo, yo no sé mucho, pero mi primo que sabe de esto, me ha dicho que… DEBERÍAN incapacitar inmediatamente a alguien para ejercer un cargo político. 
La tarea del político, además, no se circunscribe al gobierno de su propio país. En un mundo globalizado en el que la interdependencia es la clave, que un gobernante crea que good Morning es una marca Holandesa de chocolate DEBE incapacitarlo para ejercer.

Como también es incuestionable que, si su trabajo es por y para el pueblo, en ningún momento debería poder rehuir la responsabilidad de responder por sus actos ante la prensa. Por tanto, bochornosas actuaciones como declaraciones sin turno de pregunta, o mejor aún, las plasmeras en Alta Definición, están totalmente fuera de lugar y DEBEN alejar al mencionado de la política.

Tampoco es una locura demandar que posean estudios superiores (como se pide en multitud de otros trabajos sin la misma trascendencia) o incluso algún tipo de estudio propio (como lo es el CAP para los trabajadores que quieran dedicarse a la enseñanza).

Demandaría muchos otros requisitos, claro, pero creo que estos ya descalificarían a la mitad de los gobernantes que tenemos ahora mismo. ¿Es elitista? Quizá. Pero también lo es el trabajo al que quieren acceder. Y lo voy dejando porque esto se alarga demasiado y está quedando mucho más serio de lo que pretendo. 

Para solucionarlo, algunas palabras sueltas; sobaquillo, menosmola, quiropráctico, coliflower. ¿Alguna relación con lo expresado hasta ahora? No, pero hacen gracia.

¡Un abrazote!

P.D. El vino se acabó sin resultados positivos. 

lunes, 24 de febrero de 2014

24 / 02 / 14


Cornerrollo del día

Hoy se me ha llevado el coche la grúa. El puteo sería menor si pudiera descargarlo en otra persona que no fuera yo mismo, pero no es el caso. En general, suelo aparcar en Montjuic, que es de los pocos lugares en Barcelona donde el aparcamiento sigue siendo gratuito. Tardo casi 15 minutos en llegar a casa pero vale la pena. Ahorro dinero y cuido mi figura sirenera sin necesidad de apuntarme a un gimnasio al que no acudiré.

Sin embargo, el sábado llegué tan cargado que decidí dejarlo en una zona de carga y descarga que hay frente a mi casa. Subí y… me olvidé de él. Esta mañana me he despertado con la típica sensación de “olvidas algo importante”. Le he dado vueltas y vueltas mientras me hacía el café, pero nada. Consciente de que cuando algo así sucede, presionar no sirve de nada, me he puesto a hacer mis cosas y de pronto, al sentarme en mi silla de despacho con ruedas… ¡Ostia, los donuts! Los he cogido del armario y ahí ha sido cuando he recordado que había dejado el coche mal aparcado. 

He salido escopeteado con mi atuendo de estar por casa (super sexi), sin peinarme, con las pantuflas, el pelo a lo super guerrero nipón y las llaves del coche tintineando como los cascabeles de un carro tirado por caballos saltando las escaleras de tres en tres mientras las puertas de los vecinos se abrían para descubrir a qué se debía el escándalo. He salido a la calle resollando como un fuelle, los ojos inyectados en sangre y rastros de babilla blanquecina incrustada en la comisura de los labios. 

La gente se apartaba como si estuviera infectado con la rabia. Alguno señalaba con estupor, una madre ha protegido a su niño de tres años tapándole los ojos y lanzándome una “miramadre” de reprobación y disgusto. Una abuela me ha regateado con su carrito de la compra y el pedigüeño de la esquina ha protegido su bote de monedas con ojos de furiosa determinación. Y al llegar… No estaba. ¡Mierda! Se lo ha llevado. La grúa. ¡La grúa! ¡LA GRU…! Y me he detenido porque todo el mundo sabe que si pronuncias tres veces Grúa en la calle, un aparcamiento gratuito se transforma en zona azul.

Desesperado, puteado y resignado, me he vuelto para casa. Me faltaba la típica botella envuelta en una bolsa de plástico para encarnar al esquizofrénico sin casa que sale en una de cada tres películas Hollywoodienses. 

Al llegar, he puesto en orden mis pensamientos y he marcado prioridades. Averiguar dónde está el coche. Adecentarme. Ir a buscarlo. Tres sencillos pasos… Que no son tan sencillos. Para empezar, he buscado en la web del ayuntamiento. Como son gente inteligente, no te dan toda la información de golpe para que no se produzcan casos de infarto cerebral (hay que recortar en sanidad, ¿recordáis?) Así que primero te informan de los pasos a seguir: Averiguar dónde está tu coche (¿no había dicho yo algo parecido?) Las tasas que tendrás que abonar (primer mini infarto) y la multa que llegará más tarde (segundo mini infarto). Para encontrar tu coche te dan a elegir entre tres sistemas: puedes buscarlo en la web, enviando un SMS como si fuera un concurso de Envía TERELU SI TERELU NO al 902010 para conseguir una TERELU en miniatura, o llamar a un 901 de pago.

Como no me considero un playboy derrochador, he entrado en la web y, ¡sorpresa! No funciona. En NINGÚN navegador (para todos aquellos que queráis hablarme de Cookies, cackies y chuminus. Dejo la web para los “escepticons” wwww.bsmsa.cat ) He probado con el mensaje…¡Sorpresa! Sin respuesta. Y por último he llamado al 901 que, después de 10 minutos de opciones, me aconsejaba entrar en la web o enviar un SMS.

Cabreo nivel 9 y medio después, he conseguido contactar con un operador que no encontraba mi coche. A lo mejor te lo han robado… ¡Claro! ¡Una maravilla de la ingeniería de hace 20 años, que se aguanta gracias a las capas de mierda que se han ido incrustando con los años, es el caramelo prohibido de todo ladrón que se precie! Quince minutos después lo ha localizado… ¡Ah! Lo había puesto mal… (Como tu madre tu cerebro, imbécil), he decidido no adecentarme y me he ido al depósito.

Allí me he encontrado con una cola de colegas del puteo que se pueden catalogar según su expresión corporal. Hombros abatidos, mirada perdida,  rictus de desprecio. Estos son los míos. Se lo han llevado y encima no puedes culpar a otra persona. Cuerpo en tensión, mandíbulas apretadas, paseos cortos en todas direcciones como una pantera enjaulada. Se han llevado su coche y están convencidos que no ha sido culpa suya. Nivel de peligrosidad elevado. Mirada de sorpresa, alguna sonrisa cómplice, fotografiando el evento… Turistas que contarán su batallita. Hay que evitarlos para que no haya un baño de sangre.

A la hora de pagar, me han informado que la grúa costaba 150 eurazos más 60 de multa que podía reducir a la mitad por pronto pago. (y he pagado con un pronto, claro). ¡Pero espera! A partir de las 4 horas te cobran además 2 euros por… ¡Estancia en parking! Nivel de puteo 10 sobre 10. 

Me he llevado el coche, lo he aparcado en la montaña, me he ido a casa, y entonces, sólo entonces, es cuando me ha llegado el SMS diciéndome dónde podía recoger el coche.

¡Un abrazote!

P.D. Necesito mimos.

viernes, 21 de febrero de 2014

21 / 02 / 14


Cornerrollo diario

¡Por fin es viernes! Y con él, llega el fin de semana, el descanso, el mal tiempo y, como no, el fin del mundo.

Ah, ¿todavía no os habéis enterado? Pues sí, mañana, sábado 22 de Febrero, el mundo llega a su fin. Caputo. Finito. ¿Es que llega a las librerías, como ayer comentaba a una amiga, la segunda parte del libro de la Esteban? Belén, esnifa o revienta. O peor, como respondió sabiamente la misma compañera, ¿me han encargado ser el negro de este bestseller cocaínico? Pues no (aunque reconozcámoslo, dada mi situación económica, me bajaría los pantalones tan rápido que el mismo Nacho Vidal vendría a felicitarme).

¿Entonces qué? ¿Un meteorito? ¿El efecto bisiesto? ¿Las memorias de Marhuenda?
No. Esta vez la amenaza lleva el nombre de Ragnarok. ¿Es el nombre del nuevo álbum de Bustamente? No. Mejor aún. Es… La batalla de los Dioses Nórdicos.

Como soy bastante inculto en cuestiones religiosas (mis padres Hippies me llevaron a uno de los primeros colegios que no impartía religión, sino Ética, con lo que me instruí en las buenas maneras y en llegar a ser persona en vez de poder caminar por encima del agua y multiplicar los vinos y los Gin-tonics) he tenido que hacer un larguísimo peregrinaje de documentación para enterarme de qué iba todo esto. Minutos después, tras haber leído con atención la Wikipedia, puedo contaros un poco  cómo funciona la cosa.

Resulta que dos facciones de dioses, unos liderados por Odín y otros de la mano de Loki, entrarán en batalla. Entre espadazos, hachazos, escupitajos y entradas a lo Arbeloa, los seres humanos, que habíamos comprado entradas para el evento como si fuera una de aquellas finales del Wrestling donde Hulk Hogan, el Último Guerrero, el Enterrador, el escocés de la faldita y la gaita y otros 20 luchadores se enzarzaban en violentos enfrentamientos, seremos aplastados. Daños colaterales, ya se sabe.

En este caso, la metáfora del Wrestling no es gratuita, porque como en este tipo de eventos, se trata de un combate amañado. Sí, amigos, todos los dioses, al nacer, reciben una copia autografiada del manual del Ragnarok. Allí se detalla con pelos y señales cómo va a discurrir la batalla final. Quién se enfrentará a quién, quien caerá, quién sobrevivirá y quién se perderá el acontecimiento por un fortuito ataque de diarrea. Todo está escrito.

Aun así, como son Dioses poseídos por la testosterona de un Barça-Madrid, acudirán a la batalla por dos razones: primera porque mola pegar coces, y morir en combate es un honor. Segunda porque veneran, comprenden y respetan el concepto de Destino.

Total, los Dioses se unirán en el Ring (la tierra) con sus guiones en mano, haciendo anotaciones de último momento (que sepas que vas a morir no te impide cambiar el diálogo. No es lo mismo abandonar el mundo con un ¡Uuuuurgh, manmatao! Que con un poético, muero liberando la espada, la sangre escapando de mis venas y mi espíritu ascendiendo al Valhalla (salón de los muertos, vaya crack la Wikipedia) que es lo mismo pero en bonito.

Uno a uno, los Dioses perecerán hasta que a Surt, líder de los gigantes de fuego, se le hinchen las narices y diga: ala venga, que mañana estrenan Thor 2 en el plus y quiero llegar a tiempo para hacer palomitas. Dicho y hecho. Surt, en un ataque espantoso de tos tabaquera que se le irá de las manos, quemará la tierra, el sol, las estrellas y el universo. Poquita broma con los gigantes de Fuego.

Pero tranquilos, después de la destrucción, emergerá otra tierra, otro sol, otras coles de Bruselas. Los pocos Dioses que sobreviven, ninguno que aparezca en Marvel, tranquilos, se juntarán para hablar de lo que ha ocurrido. Entre todos reconocerán que quizás se les fue un pelín de las manos y que bueno, ahora que son tan poquitos, por qué no hacer una tregua. 

Al mismo tiempo, dos inteligentes humanos que viendo como el fuego de Surt lo arrasaba todo, se escondieron en Yggdrasil, que es, como diría Ikea, ¡un fresno! ¡Un fresno! Perenne. Como sabían que la madera no ardía será un misterio para cuarto Milenio. Pero el resultado es que estos dos repoblarán el mundo y vivirán en armonía con los nuevos Dioses.

Así que ya sabéis, si estáis haciendo planes para el fin de semana, dejadlo todo. Vivid esta noche como si fuera la última y haced como dice el refrán: A quien a buen Fresno se arrima, las llamas de Surt no lo calcinan.

¡Un abrazote!

P.D. Tengo los ojos azules, así que preveo un 50% de posibilidades de ser el elegido. Si alguna vikinga (o mujer en general) quiere acompañarme, iremos juntos a buscar un buen árbol bajo el que cobijarnos (o lo que se tercie)

jueves, 20 de febrero de 2014

20 / 02 / 14


Cornerrollo diario

Que soy raro, por no decir rarillo, es algo que he tenido presente desde que era pequeño. Hablamos, claro, de rareza social, de gustos específicos, de maneras de ser, comprender y visualizar el mundo que nos rodea. Sin embargo, no contento con esto, la naturaleza me dotó de rarezas distintas de las intrínsecas a la raza humana y no, no hablo de un tercer pezón, un sexto dedo o una peca parlante (aunque no estaría mal poder disfrutar de profundas conversaciones sobre la capa epitelial y la sobreexcitación de la melanina bajo la luz solar).

Advertí por casualidad, hace tropecientos años, cuando los dinosaurios jugaban al Candy Crush esperando la extinción, en un espectáculo teatral del Tricicle, de (la primera de muchas) mi rareza. En el escenario, Joan Gràcia (también conocido por el gordo triciclero) salía solo al escenario vestido de mafioso, sombrero cincuentero incluido. Las luces se apagaban y quedaba iluminado por un potente cañón. Dejaba un maletín junto a una mesilla y lo abría con parsimonia. Entonces sacaba una pizarra y, con una sonrisa malévola, amenazaba con rascarla con las uñas.

De pronto, el público empezó a chillar. Y él seguía sonriendo hasta que tras unos segundos de espera, rascaba con fuerza la pizarra. ¡Y menudos alaridos se escuchaban! Después, sacaba un plato y un tenedor. Volvía a sonreír y ante los aullidos de  los presentes, trazaba grandes circunferencias con el tenedor sobre el plato produciendo un ¡Ñiiiiiiieeeeeec! que alteraba a la totalidad del teatro. Para terminar, si recuerdo bien, la memoria senil es lo que tiene, sacaba un globo deshinchado, lo mostraba al público, lacio, un colgajo. Después lo hinchaba. Sonreía de nuevo, y entre las risas y los bramidos de los presentes, lo acariciaba provocando numerosos ¡IIcs! ¡Ics! que enloquecían al teatro.

Y mientras, yo lo observaba todo sin entender qué estaba pasando. Cuando acabó la función, pregunté a mis padres de qué iba todo aquello y me explicaron lo que era la dentera, una reacción física involuntaria a cierto tipo de sonidos.
¡Y yo era inmune! ¡Ah, qué descubrimiento! ¡Tenía, tras tantos años de búsqueda, un super poder del que alardear! ¡Era un Supermán sin miedo a la Kriptonita! Si no fuera, claro, que yo tenía la misma dentera que cualquier mortal… Pero con estímulos diferentes.

Pues sí. Nada de lo que altera al común de la gente me produce más que un ligero picor en la parte de la espalda inaccesible al rascado. Pero en cambio… El ¡SSSSS! De dos páginas de un libro rozándose me ponen la piel de gallina y los pezones listos para practicar agujeros en ventanas. El roce de una escoba de bruja, la típica harrypottiana, contra el asfalto, me hace apretar las mandíbulas con la fuerza de un cascanueces puesto de Polvo de Ángel.

Y no acaba ahí, no, porque, por poner un ejemplo que marcó toda mi infancia, el roce de los plastidecores contra el papel o el de los lápices para colorear o los rotuladores,  me producía ganas de saltar por la ventana sin abrir los cristales para ver si el dolor de los cortes en la piel aliviaba un poco la tensión insufrible que me provocaban.
Y pensadlo, cómo le explicas a profesora que no quieres pintar tu dibujo porque “te pones malito”.  Me obligaban a quedarme en el patio para acabarlos y yo cabezón, que no, ¡que me duele! ¡Cómo te va a doler pintar un dibujo! Y la tortura continuó hasta que descubrí las ceras y su aliviante silencio (aunque la santa inquisidora, María la de los capones, me obligó a realizar decenas y decenas de dibujos a lápiz en los años siguientes. Pensándolo, resulta irónico que ahora me dedique al dibujo después de tanta tortura psicológica)

Peor aún, hace muchos años, después de los dinosaurios, cerca de los cromañones, me regalaron mi primera consola. ¡Estaba tan emocionado! Ah, pero la tramposa venía embalada en cartón y poriexpán, tan incrustada que apenas podía sacar un centímetro por empujón. Y ese ¡SSSS! de cada centímetro hacía que se me erizara el vello de tal manera que me dolía al contacto con el jersey. Tuve que esperar cinco angustiadas horas a que volvieran mis padres para poder inaugurar mi soñada consola.

Y para el resto son sonidos normales siempre te miran de malas maneras cuando les sueltas perlas del tipo ¿podrías pasar las hojas del libro con cuidado? (biblioteca), ¿podría dejar de barrer mientras acabo el café? (cafetería), ¿podrían eliminar el coche de limpieza que pasa los cepillos por las calles? (ayuntamiento).

En fin, como toda fóbia, tengo que aprender a vivir con ello. Mientras, escuchando como mi compañero de piso arrastra los pies con sus zapatillas de lija por el suelo y los pezones diamantinos intentando salirse de la camiseta, me despido.

¡Un abrazote!

P.D. Con los años, he encontrado a más gente (no mucha) que sufre el mismo trastorno que yo. Nos juntamos y nos pintamos el cuerpo con ceras. Nada raro.

miércoles, 19 de febrero de 2014

19 / 02 / 14


Cornerrollo diario

Puesto que la naturaleza es sabia, parece lógico que  dote a sus creaciones del instinto necesario para su supervivencia. Es por eso que toda especia animal, vegetal o celular tiene como objetivo primario la reproducción. Siendo así, que lo es, siempre me han impresionado aquellas personas que luchan, sea por el motivo que sea, contra un instinto irracional que viene instalado  de serie en su genoma básico.

Pues sí. El celibato me confunde tanto como a Dinio la noche, la mañana, el mediodía y las comidas sin pan. No tanto por las razones que puedan llevar a él, todas me parecen perfectamente válidas, sino por la firme voluntad que se necesita para llevarla a buen término. ¿O quizá no es así?

Con esta pregunta en mente, y por razones que no vienen al caso, hace un mes decidí meterme de cabeza a comprobar de primera mano si es posible una vida sin impulso sexual. Como buen adicto, lo primero fue deshacerme de todo aquello que pudiera hacerme recaer. Las salidas nocturnas no hacían falta suprimirlas, no me como un torrao, y la era digital permite, valga la redundancia, eliminar todo el material pernicioso con un solo dedo.

Libre de tentaciones me dispuse a experimentar este nuevo estado físico y mental. Os lo puedo adelantar. No es nada fácil.

Los primeros síntomas aparecen entre el segundo y el tercer día. Estrés, malhumor, bordería de nivel profesional y pequeños tics que no había sufrido nunca, como el tamborileo incesante de dedos sobre la mesa (¡triquitic!, ¡triquitic!, ¡triquitic!), zapateado continuo (¡Tap!, ¡Tap!, ¡Tap!) y el descubrimiento de la uña del pulgar como sustituto a la comida rápida (¡un Mcuñero, por favor!).

Pasada esta primera etapa de desintoxicación, el cuerpo parece relajarse y abandonar todos estos hábitos recién adquiridos. Las amenazas de muerte, dolor y sufrimiento, no precisamente en este orden, de tus compañeros de trabajo y de piso, resultan de gran utilidad llegados a este punto. Y de repente, te encuentras con una enorme vitalidad y energía que supura por cada uno de tus poros y que no tienes por donde canalizar. Para intentar paliar el problema, recuperas ejercicios perdidos para músculos que desconocías poseer (abdominales, ese amigo invisible, pectorales, ¿se puede vivir sin ellos?) lo que te permite, poco a poco, eliminar la ansiedad e instalarte en un estado de calma Zen.

Y es en ese preciso momento, cuando tu cuerpo vive en ese estado de calma, cuando tu mente se pone en tu contra. Nunca, y repito nunca, había tenido sueños eróticos más vívidos, más reales y más raros que los que empecé a tener a mediados de mes. Ya no sólo por la depravación, me conozco bastante bien para saber y aceptar que soy un guarro sin remedio, sino porque no había ningún tipo de limitación. Personas a las que nunca he encontrado atractivas se me han aparecido e insinuado, criaturas de películas a las que hasta entonces nunca hubiera dado un significado erótico, resultaban excitantes, Pilar Rahola me hizo disfrutar de la sesión sadomasoquista más desinhibida de mi vida…

Y entonces te despiertas y luchas durante un cuarto de hora con tu erecto amigito para poder realizar una micción de puntería controlada (imposible, prepara el mocho). 
Y la cosa no para ahí. Acabas de entrar en la era de la erección sorpresa. Sabes que está ahí, agazapada, esperando. Pero nunca sabes cuándo va a atacar. ¿Será en un espacio público? (lo será), ¿en una reunión de trabajo? (lo será), ¿En un bautizo familiar? (Lo será tres veces). 

Cualquier cosa activará los impulsos cerebrales que ordenan a tu miembro reaccionar con virulencia. Y digo cualquier cosa. Una pierna, un escote, un helado, la sección de herramientas de la ferretería, no hay lugar donde permanecer a salvo. Y tengo suerte (creo que es la primera vez que le llamo suerte a esto) de no ser un hombre desproporcionado, por lo que la mayoría de las veces pude escapar del problema sin demasiada vergüenza, aunque la gente acaba sospechando por tus andares patizambos de jinete escocido.

Pese a todo, decidí continuar hasta completar el mes del que hoy cumplo mi último día. Y no veo la hora de encerrarme en el baño, llenar la bañera con sales y espuma y dedicarme un merecido homenaje (Tranquila, lo limpiaré todo con desinfectante al terminar).

La verdad es que no he sacado demasiadas conclusiones del experimento. Supongo que se necesita bastante más tiempo para confeccionar una teoría válida, aparte de que sólo puedo hablar por una mitad de la población, claro. Lo que sé es que prefiero seguir aliviándome antes de encontrarme de nuevo bajo las cadenas y el látigo de siete púas de Pilar Rahola.

¡Un abrazote! (sin apretar, que soy débil)

P.D. Si necesitáis crema hidratante, no paséis hoy por el Mercadona de las Arenas. Han agotado existencias.

martes, 18 de febrero de 2014

18 / 02 / 14



Cornerrollo diario

Con mucho esfuerzo, pero al fin empiezan a intercalarse (y a disfrutarse) días de tiempo primaveral. No tengo ningún problema con ellos, es más, los deseo y los recibo con inmensa alegría. Hace sol, calorcito, se levanta el ánimo, se recuperan fuerzas que creías adormecidas, aparecen las camisetas, los tirantes (¡tirantes!) y la melanina se excita tanto que contagia (en su excitación) al resto del organismo (granos incluidos)… 

Hasta que entras en el metro.

Porque en estos días, cuando disponemos de tantas y tantas alternativas para informarnos del tiempo, desde las apps que te advierten de la temperatura, la presión barométrica, las probabilidades de precipitación e incluso la humedad relativa de tus sobacos, las cientos de webs especializadas donde puedes incluso saber qué tiempo hacía en Kriptón días antes de su desaparición, los interminables espacios televisivos que interrumpen sus predicciones para venderte compresas, o la más antigua, sacar la mano por la ventana, el metro sigue rigiéndose por el calendario “metroriano” que dice que, hasta marzo, la temperatura en sus vagones debe ser de horno “licua mozzarela”. 

Quizá me equivoque y el proceso térmico de los vagones sea de una complejidad inasumible para el profano. A lo mejor, con cada equinoccio, técnicos y trabajadores de la Nasa y del MIT, dejan sus labores para visitar nuestra ciudad y, mediante complicados algoritmos, robots nano métricos y coca-cola (allí aún no ha llegado el boicot), desbloquean ese terminal que ha cobrado vida propia, como el Hal de 2001 pero con menos pretensiones homicidas, y consiguen adecuar la temperatura para que algo más que las colonias de bacterias puedan sobrevivir.

Pero eso no es lo peor, claro. El primer culpable, ya lo he dicho, es el encargado del control de la temperatura. Pero no es el único. Porque una de dos, o la mojigatería se ha adueñado de nuestra sociedad (cosa improbable viendo tanta raja culona allí donde un ser humano se agacha) o hay gente que considera su abrigo una segunda piel que no puede ser arrancada sin utilizar complicados procesos genéticos. 

Amigos, hace calor. Mucho calor. Y en el metro no somos más que cebollas enlatadas. El coste de la luz y el gas nos han habituado a llevar tantas capas de ropa que parecemos los concursantes de “humor amarillo” (¡viva la corrección política en los títulos de programas televisivos!) que van disfrazados de luchadores de sumo.  Tanto, que a veces temo caer por las escaleras, no por miedo a resultar herido, sino porque no sabría calcular la distancia de rebote y no quiero matar a una abuela despistada. 

Y si la analogía cebollesca es adecuada para explicar nuestra tendencia de moda invernal, evitemos, por favor, que también sirva como metáfora de nuestro olor corporal. No llamo guarro a nadie. Sé que todos nos duchamos, todos deshodoramos nuestros sobacos (y algunos incluso otras partes de fácil irritación) y algunos incluso se perfuman. Pero sometidos a una temperatura infernal, TODOS olemos (y cuando digo olemos, quiero decir MAL).

Ese bote de espray que asegura en grandes letras 24 horas de frescor, MIENTE. Pensar que tus feromonas efervescentes no harán sino aumentar tu atractivo animal, es una MENTIRA. 

Así que, por favor, cuando entréis en un vagón atestado donde la temperatura sólo es adecuada para la vida en Mercurio, quitaos la chaqueta. No es una orden, sólo una sugerencia. Hacedlo por las narices que implosionan a diario. Ellas no lo merecen.
¡Un abrazote!

P.D. No va por nadie en particular, pero querido chico del metro, sí, tú, el de la gabardina. Ya es bastante raro llevar una pieza de ropa que alimenta la imaginación de tus co-viajantes que esperan (sin ningún tipo de ganas) a ver cuándo es el momento en que se abrirá y aparecerá su colega “el pelao”. Por favor, POR FAVOR, quítatela (a poder ser sin pelaos). O al menos no cojas la barra de sujeción de tan arriba. Los bajitos huele-sobacos lo apreciaremos muy mucho. 

lunes, 17 de febrero de 2014

17 / 02 / 14


Cornerrollo diario.

Muchos (algunos, un par, mi madre) me preguntan de dónde saco los temas a comentar. No se trata de una ciencia exacta, no hay un proceso que sigo para inspirarme. Se trata de algo visceral, fruto más de las emociones que del intelecto. 


El hastío por ejemplo, hace que vuele mi imaginación para escapar de situaciones que invitan al suicidio, como la compra en el supermercado, fregar los platos o las lavanderías (que ya atacaré en algún otro momento). La ira también es bastante útil (léase los artículos dedicados a los molestos “yolosetodus” u “hombrepromoción”). Y a veces, como es el caso de hoy, simplemente me dedico a robar (sin que se note demasiado) a gente mucho más inteligente e ingeniosa que yo.



Me hicieron llegar hace poco un artículo de Quim Monzó en la Vanguardia, en el que hablaba de la puesta en marcha del nuevo diccionario Valenciano que tanta polémica ha provocado. Lejos de meterme en disputas lingüísticas (soy de ciencias puras, con sus parábolas, elipses, fuerzas centrípetas, enlaces covalentes, piritas y escasez de mujeres), el artículo comentaba que el diccionario valenciano era rico en terminología sexual. Y entre todas las acepciones, una llamó mi atención: La llençolada.



Escribo textualmente su definición: “Juego erótico en el cual un grupo de hombres se sientan en torno a una mesa, de forma que la parte inferior del cuerpo quede tapada por una sábana grande, y después una persona situada debajo de la mesa practica una masturbación a uno de los participantes, que tiene que hacer creer a los otros que no es él quien recibe la estimulación genital”



¡Menudo descubrimiento! Cuando uno piensa que no será capaz de ir más allá del mus, el pictionary o el parchís, se abren las puertas del paraíso. Y aunque mi fascinación por el hallazgo era enorme, no podía dejar de darle vueltas a su funcionamiento.



Porque estaremos de acuerdo que todo juego debe tener unas normas, y lo más importante, un perdedor. ¿Entonces, cómo funciona el invento? De acuerdo, me siento en la mesa, sirven la cena y hablamos de temas elevados como los rascacielos, los aviones o los jugadores de Baloncesto, cuando noto que alguien ataca mi entrepierna.
Fantástico. Comienza el juego. Y disimulo, todo lo que soy capaz de disimular, mientras sigo hablando con entusiasmo de algún otro tema elevado como los picos de europa o las jirafas.



Tenemos dos opciones: Primera, nadie me pilla. Disfruto de una cena estupenda y de una masturbación mucho más que estupenda. ¿Entonces qué? ¿Me pagan la cena? ¿O es que hay algún tipo de apuesta? ¿Y si la hay, cómo funciona? ¿Conforme avanzan “las comidas” (no he podido resistirme al juego de palabras) se va aumentando la cuantía? ¿Pongamos, cada cuarto de hora? 



Segunda opción: Me pillan (nada extraño, sabiendo que mi cara de póker cuando tengo buenas cartas es un ¡Yupi susvaisacagar!, no tengo ninguna duda que mi cara masturbatoria será mucho más evidente) ¿Pago yo la cena? Más importante aún. ¿Dejan que acabe? ¿Me dejan a medias como castigo? ¿Soy yo quien tiene que ponerse bajo la mesa ahora y masturbar al resto de participantes?



Y como estas dudas, mil más. ¿Qué ocurre si alguien acusa en falso? ¿Cena en público o privada? ¿Cena gourmet o de mcdonalds? ¿Hay un doble o nada? ¿Se pueden utilizar señas? ¿Se puede jugar en equipo? ¿El masturbado sabe de antemano que será él el elegido para poder mentalizarse? ¿Qué premio se lleva la/el masturbador? ¿Lo comparte con el ganador? ¿Puede unirse a la cena al terminar?



Buf… Tantas incógnitas, tan pocas respuestas. Podría seguir, pero he de empezar a buscar en mi agenda para organizar una partida.



¡Un abrazote!



P.D. Aquellos que hayan utilizado el método de ligoteo de supermercado, por favor expliquen sus experiencias. Razón: curiosidad matagatos.

viernes, 14 de febrero de 2014

14 / 02 / 14




Ayer me resultó imposible publicar las viñetas del día. Resulta que, después de todo, tengo algo en común con el ministro Wert; problemas de agenda. Claro que lo mío es un problema puntual y se cura con un par de ibuprofenos. La estupidez, por desgracia, es crónica para algunos individuos.

Hoy quería dedicar el cornerrollo a San Valentín (lo merece) pero como me había comprometido a terminar mi manual de supersexing para mujeres, y las amenazas de muerte y los piropos superlativos que me habéis hecho llegar son gasolina súper (de la cara) para mi organismo, aquí tenéis, recién salido del teclado manchado de café de mi mesa…

Manual (sin ninguna garantía, sin ningún éxito del que presumir, sin ninguna prueba de que se haya probado) del Supersexing. Volumen II. Mujeres.

Muchos (sobretodo muchas) se estarán preguntando, qué sabrá este hombre de cómo deben ligar las mujeres. La respuesta es más que obvia. Ninguna. Soy un analfabeto del ligoteo en general, pero un buen observador de la naturaleza. Soy el Félix Rodriguez de la Fuente del comportamiento humano (sin sangre y sin música bailoteable como cabecera)

Para empezar, un consejo de vestuario. Olvidad las camisetas que realzan vuestra figura, los tacones, las chaquetas que acentúan las curvas, esos vestido con el qué incluso los fulares quedan bien, las sombras de ojos de mirada penetrante, los colores chillones atrapamandriles en los labios. Sí, pueden ser estratagemas que ayudan en cualquier otro lugar, pero en el supermercado, están destinadas al fracaso. 

Somos animales de costumbres, y cualquier actitud fuera de lugar, en vez de atracción, provoca recelo. Si un hombre se encuentra a una mujer vestida de sábado noche en un supermercado, siendo ese día cualquier otro de la semana que no sea precisamente un sábado noche, pensará antes en robos, timos, peligro, adicción o Gremlins que en un intento de seducción. Por tanto, sé tú misma. Viste cómoda (pero no tanto como para indicar que vives con 30 gatos que se comerán los restos de tu cuerpo cuando nadie te encuentre en tu piso), informal. Tu meta es la compra. La seducción una graciosa casualidad.

No hace falta que conduzcas un carro todoterreno. Nadie (hablo del género masculino), repito, nadie se fijará en tu compra. Ya puedes colocar los productos necesarios para fabricar una bomba casera que ningún hombre reparará en ello. Así que, por comodidad, utiliza el carrito perro faldero. 

En esto de la atracción, está claro que para gustos, colores. Pero no viene mal saber qué tipo de gente pulula por según qué secciones para que puedas dibujar tu propio mapa de caza.

En la sección de bollos, chocolates y caramelos varios encontrarás a dos tipos bien definidos. Por un lado, el hombre para el que el chocolate es el equivalente a una muñeca hinchable. Todas sus frustraciones diarias, sexuales o no, se diluyen entre cacao en polvo, gominolas de colores, madalenas rellenas y ensaimadas de crema que acaban con un high five (o en cristiano, un rechupeteo de dedos, del pulgar al meñique, después de cualquier deglución)

Por otro lado, encontrarás al chocolatero exigente, aquel que se cuida tanto que, para él, elegir la golosina adecuada, aquella que se permitirá comer después de días de abstinencia, ha de ser una experiencia casi mística. Pasará minutos enteros dudando entre dos productos hasta que, finalmente, y con gran pesar, dejará uno de ellos en el estante.

La sección de congelados es un mundo aparte. Aléjate de aquellos que sólo acceden a este pasillo cuando hay mujeres. Son científicos salidos que sólo desean conocer, admirar e incluso rozar de manera “involuntaria”, el resultado de la acción que el frío extremo provoca en los senos femeninos (para aquellas que se escandalicen, sí, lo he visto en segunda persona).

En esta sección encontrarás a estudiantes, solteros sin experiencia culinaria recién salidos de las faldas de sus madres, adictos al trabajo y futboleros extremos (de los que miran, no de los que juegan)

La sección que da más juego, por supuesto, es la de las verduras. Suele ser una zona de paso primaria de todo supermercado y, las actitudes de las presas, más claras y contundentes. 

Si pasa por la frutería como si huyera de la sección de perfumería del corte inglés, esquivando el brócoli como a los lanza muestras, estás ante un carnívoro convencido. No tiene nada de malo, como ninguno de los nombrados hasta ahora, pero suele ser un maniático con la comida. Está también el hombre fruta. Cargará peras, manzanas, naranjas y papayas hasta los topes. Es un hombre sano, que se cuida mucho y, atentas, que quiere que su pareja se cuide de la misma forma que lo hace él. Así que, si lo eliges, prepárate a comer mango (ay, qué juego de palabras más desafortunado). 

Otro espécimen interesante es el que observa las verduras como si intentara descifrar el código genético que une a humanos y animales. No sabe la diferencia entre una col y una lechuga y se nota. No es un hombre peligroso, pero sí un preguntador. Si te alteran los hombres que te preguntan cada cinco segundos, en cualquier situación, ¿estás bien? ¿Y ahora? ¿Mejor así? Evítalo sin dudarlo.

El contacto físico directo es desaconsejable. El hombre huirá como el ciervo que escucha el crepitar de una rama en un bosque silencioso. Todo contacto debe hacerse de manera casual. Las manos pueden tocarse al intentar coger un producto (coqueteo de alto nivel), roces sutiles en pasillos abarrotados o contactos en el subsuelo de los estantes donde prima el equilibrio.

Una de las estrategias más exitosas es la de la botella de agua de 8 litros. Estaréis pensando ya está, la estrategia de la mujer desvalida que no puede con objetos pesados en pleno S.XXI. No. Todo lo contrario. El plan se desarrolla así. Si ves a alguien que te gusta, colócate justo delante de él. Llevarás tu compra en el carrito y la botella de agua justo al lado. Cuando sea tu turno, coloca tu compra en la mesa y “olvida” la botella de agua. 

Hay tres opciones: Primera. El hombre suda de tu olvido. Por lo que el tío no merece la pena. Dos. Te recuerda amablemente que te has olvidado el agua, pero no hace ningún intento por cogerla. Es buena gente, pero probablemente no esté interesado. Tres. No sólo te avisa sino que, además, sube la botella a la cajera. Ha mordido el anzuelo. Muestra interés y da pie a iniciar una conversación. Y si todo va bien, siempre te puede llevar la botella, muy pesada( sí, en pleno S.XXI), hasta casa. 

Hay muchas más estrategias, claro, pero lo fundamental es que escojas la que a ti te sirva siguiendo las advertencias que os he dado. 

Lo dejo por hoy que me he extendido el triple de lo habitual (qué me pasa con las mujeres que no puedo dejar de hablar de ellas)

¡Un abrazote!

P.D. Me alquilo como Dummy de pruebas para que probéis vuestras propias estrategias de supersexing. Interesadas mandad un mensaje con el super y la hora.
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