miércoles, 26 de febrero de 2014

26 / 02 / 14


Cornerrollo Diario

Empieza a hacer buen tiempo, con su calorcito, sus mangas cortas, tirantes y gafas de sol. Algo estupendo si no fuera porque nuestro astro rey y yo tenemos una orden de alejamiento perpetua.

Sufro de lo que llamamos síndrome del faro. Para todos aquellos que no sabéis de qué hablo, imaginad esta imagen. 

Estáis en la playa (río, piscina, bañera comunitaria) rodeados de gente tostándose al sol. Podéis observar diferentes tipos de morenos. 

El café colombiano, que es aquel negro uniforme que desdibuja facciones, contrasta con la blancura de los ojos y te hace pensar en alienígenas invasores dispuesto a realizar prospecciones rectales por su poca naturalidad. 

El Café au lait, que es aquella especie de marrón decolorado que te invita a dudar entre moreno cartón y suciedad mal distribuida.

Pasamos de los marrones para adentrarnos en los naranjas colorados (sí, soy un tío, no entiendo de colores. El Fucsia es y será siempre rosa fuerte) Importados de los países nórdicos y especialmente de Alemania, tenemos el Gamba style. Los reconoceréis por intentar parecer el logo de los langostinos de “La sirena” y porque el agua hierbe al contacto con su piel. 

Los naranjitos, que son un tema aparte. Entre otras cosas porque tienen ese mismo tono de piel durante todo el año y te hacen recapacitar muy mucho sobre los efectos secundarios que pueden tener los UVA sobre el cerebro.

Y por último (aunque entre los mencionados hasta ahora hay cientos y cientos de combinaciones) el faro. 

Sí amigos, estáis en una playa abarrotada. Tenéis sed. Vais al chiringuito dando saltitos ridículos porque la arena quema y porque consiguen mover vuestras chichas de forma sexi y sugerente. Conseguís una cerveza fresquita y… ¡Vaya! ¿Dónde estaba yo? Y entonces lo veis. Vuestro punto de referencia. El faro que ilumina el camino. Un tío blanco, pero blanco cegador, blanco uniforme, blanco vampírico de venas azuladas, blanco de anuncio de detergente, blanco de blanqueador dental, el blanco del túnel de luz del final del camino, que deslumbra gracias a su piel y al cemento que llama protector solar, que desvía los rayos de sol dándole un aura angelical.

Ese, ese soy yo.

No es que me guste especialmente. Más que nada porque cansa que te señalen, que para mirarte se pongan gafas de sol o necesiten ambas manos haciendo visera para poder mantener una vista directa. Pero te acostumbras. Lo he intentado todo, pero cualquier protector solar menor de 50 hace que parezca un Gamba Style a punto de erupción. Y lo que es peor, una vez erupciono (cambio de piel serpentino) lo que queda debajo es un nuevo y revitalizado blanco, blancote. Con lo que no vale la pena el esfuerzo.

Como dicen hay que aceptar lo que se tiene. ¡Y además, nunca me toca ir a por cervezas al chiringuito!

¡Un abrazote!

P.D. En la nieve soy un camaleón. Nunca sabréis qué os ha atacado. 

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