miércoles, 8 de enero de 2014

08 / 01 / 14

He utilizado multitud de ascensores a lo largo de mi vida (sufro de una rara variedad de fobia a las escaleras por su extraña dualidad para subir y bajar al mismo tiempo) y hasta que me trasladé a mi nueva vivienda, nunca había visto una variedad semejante.

Los he visto anchos, alargados, nuevos, de la vieja escuela, aterradores, innovadores, con hilo musical, con voz que anuncia obviedades (estamos subiendo)... 

Pero en el caso que nos ocupa, hablamos del ascensor tipo ataúd.

Lo reconoceréis fácilmente porque suele ser una caja en la que apenas caben dos personas, y en el caso de que ocurra el milagro, y ambos logren encajarse, deberán ponerse de acuerdo para coordinar las respiraciones si se quiere tener un viaje sin roces. 

Comprenderéis que viajar de este modo dificulta enormemente las interacciones sociales. Ya no puedes mirar al techo para simular una gran curiosidad por la arquitectura de la caja, o utilizar el móvil como un futbolista saliendo del autocar, para simular una enorme vida virtual, si no quieres acabar tocando partes de tu vecina que, aunque estimulantes, puede enrarecer la vida comunitaria. 

Toser está prohibido, por supuesto, y hablar del tiempo cuando ambas narices se encuentran a escasos milímetros de iniciar un intenso morreo esquimal no resulta adecuado.

Después de probar y probar, he comprobado que la única manera de sobrevivir a un viaje semejante es utilizando la estrategia del Twister. Sí, utilizad el viaje como el inicio de un juego. Sacad la ruleta y empezad. Mano derecha a botón izquierdo. Mano izquierda sujeta espejo. Y así hasta llegar a tu piso dónde podrás comentar con tu agradecido acompañante quién ha sido el ganador esta vez. Alegra el día, crea buen rollo vecinal y, como ya piensan que soy rarito, tampoco se pierde gran cosa.

¡Un abrazote ascensoril!

P.D. Por las noches a veces veo escalones...





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