El cornerismo no es ninguna secta. Pero en caso de serlo, soy vuestro gurú. Agasajadme...
lunes, 31 de marzo de 2014
viernes, 28 de marzo de 2014
28 / 03 / 14
Mañana acaba la semana infernal (y espero que todo el trabajo) y continuaremos (espero) con la publicación habitual. Entre tanto...
¡Un abrazote!
jueves, 27 de marzo de 2014
27 / 03 / 14
Intentaré sacar tiempo de la chistera para terminar hoy un cornerrollo. ¡A ver si me dejan!
¡Un abrazote!
miércoles, 26 de marzo de 2014
martes, 25 de marzo de 2014
lunes, 24 de marzo de 2014
24 / 03 / 14
Cornerrollo (casi) diario
No es fácil hacer amigos después de los 30. Y aunque muchos se preguntan a qué es debido, lo cierto es que la respuesta es sencilla. No hemos adquirido ningún mecanismo para obtenerlos.
Pensemos en cómo hemos logrado el resto de nuestro conocimiento. Tienes 3 años y observas, extasiado, esa extraña caja mágica que desprende calor que tus padres llaman estufa. Te sientes atraído y fascinado. Nunca habías visto nada tan increíble y lo único que deseas es meterle mano. Por mucho que tus padres te alejen una y otra vez de la estufa al grito de ¡No lo toques que quema! ¡Te harás mucha pupa! ¡A tu hijo le va el Bondage! Tu pequeño cerebro en formación necesita del ensayo/error para aprender de verdad.
De ahí que un día, cansados de tanta advertencia, tus padres dejarán de vigilarte y tú tocarás la caja prohibida causándote una terrible ampolla en la mano que dice: ¡Esto no se toca! o ¡Quema! O ¡Cuando sea mayor esto puede llegar a gustarme!, ¿qué dice esto de mí?
Lo mismo ocurre con las relaciones amorosas. Llega un momento, entre los 12 o 13 años, en que aquella amiguita a la que tiras de las coletas, o aquel amiguito que tira de las tuyas, pasa de ser la némesis a la que debes destruir, a alguien que te quita el aliento y produce hormigueos en zonas nunca antes detectadas.
Nuestros primeros intentos dejarán mucho que desear. Empezarás a tirar de las coletas de un modo sutil, distinto, amoroso. Le darás empujones afectivos y te reirás de ella ridiculizándola cada vez que puedas en señal de afecto incondicional. Nada de esto dará resultado, claro, y un chaval dos años mayor se llevará a tu primer amor dejándote deprimido y tirado.
Comprenderás entonces que el juego tiene unas reglas. Que hay que jugar con inteligencia. Que hay cosas que se pueden hacer, otras que no se pueden hacer y algunas que se pueden hacer mientras nadie sepa que las estás haciendo. Y con trabajo, esfuerzo y repetición, dos años después (con suerte) tú serás el chaval que deprima y deje tirado a un tarado con granos que se desvive por la que ahora es tu novia.
Has aprendido.
Y sin embargo, los amigos no se hacen, sino que llegan. No hay reglas. No hay juegos que aprender. Ya sea a los cinco años cuando alguien se te acerque con un balón y te pregunte si quieres jugar. O en el instituto cuando alguien se te acerque con un libro de Neil Gaiman y te pregunte si quieres que te lo preste. O en la universidad cuando alguien se te acerque y te pregunte si quieres otra cerveza con chupito de whisky incorporado. Siempre que la respuesta sea sí, habrás conseguido un amigo. Así de fácil.
Por supuesto, los grupos de amigos se harán y desharán. Habrá peleas ñoñas, grandes dramas, tríos ebrios, y al final te quedarás con tu grupo de amigos definitivo.
De pronto, empiezas a trabajar, a instalarte en la rutina. La gente de la que te rodeas es la misma cada día. Tienes pocas oportunidades de conocer gente nueva. Tienes 30 años y tu círculo de amistades es reducido. Todos tienen sus vidas y no resulta fácil conciliarlas con la amistad. Quedar todo el grupo es una utopía que resulta más difícil de hacer que piratear el Canal +.
Y querrás hacer nuevas amistades. Pero, ¿cuál es el enfoque? ¿Te acercas a alguien en un bar y le preguntas, quieres ser mi amigo? No, claro. Una aproximación de estas características te califica directamente como una persona que va de rara a perturbadora. ¿Entonces qué?
Como no hemos aprendido nada a lo largo de los años, utilizarás recursos que sirven para otros propósitos y te verás en situaciones del tipo; he conocido a una persona que me gustaría agregar a mi círculo de amistades. ¿Debo llamarla? ¿Qué le digo? ¿Cuánto tiempo espero? ¿Si la llamo nada más llegar a casa, pensará que soy raro? ¿Espero tres días? ¿Cuatro? ¿Le envío un qué paaaasaaaaaa por Whatsapp?
O peor. Le he dado mi número. ¿Por qué no me llama? ¿He hecho algo que pueda asustarle? Me quedaré aquí vigilando el teléfono. ¿Hay línea? Compruebo. ¡Mierda! Seguro que ha llamado mientras lo comprobaba. ¿Por qué no me envía un mensaje? ¿Lo hago yo? ¿Qué emoticono es el adecuado para parecer interesante?
Te apuntarás a cursos de fotografía, de cocina, de sexo tántrico con el único fin de descubrir a gente nueva. Y aunque conocerás gente afín a tus gustos, no sabrás cómo rematar la jugada. Intentarás fagocitar grupos de amistades ajenas quedando con gente que no aprecias demasiado sólo por ver si puedes robar a alguien de su círculo de amistades. Te convertirás en la rémora del tiburón a la espera de que el escualo acabe su festín.
Se hace duro, pero con esfuerzo, eventualmente conocerás a gente nueva. Y si no, siempre puedes esperar a tener 70 años y esperar a alguien que se acerque y te diga, ¿quieres compartir este cartón del bingo del casal de retirados?
¡Un abrazote!
P.D. ¿Queréis ser mis amiguitos?
sábado, 22 de marzo de 2014
22 / 03 / 14
Para todos aquellos que forméis parte de las marchas por la dignidad (en cuerpo o espíritu).
¡Muchos ánimos! y un ¡abrazote!
¡Muchos ánimos! y un ¡abrazote!
viernes, 21 de marzo de 2014
21 / 03 / 14
Cornerrollo (casi) diario
Después de un par de semanas infernales, me propongo (¡y ni siquiera es fin de año!) continuar con el ritmo habitual de publicación del cornerrollo. Tengo pendiente acabar con las etapas vitales del hombre (el lunes atacaré la pre-vejez), pero hoy quiero hablar de la corbata.
No soy de los que tienen prejuicios corbateros. Para mí, la corbata no representa la opresión del gobierno, la voluntad de las clases altas de distinguirse del proletariado o la intención de fundir el cerebro de los Jonas Brothers.
Sin embargo, siempre me ha llamado la atención por ser de las pocas prendas de vestir que no tiene ningún otro propósito más que el ornamental. Para el caso, lo mismo sería llevar colgado un calcetín del cuello mientras, eso sí, esté anudado con un elegante nudo Windsor y su color difiera del blanco, como bien nos pueden informar esos expertos en moda llamados porteros de discoteca.
Está claro que hay muchos ejemplos que podrían equipararse a la corbata. Si entramos en el (muy agradable) mundo de la lencería, es evidente que, por ejemplo, unos sujetadores sin copa, cuyo único objetivo es enmarcar (sugerentemente) los pechos, no tiene más intención que el de realzar una parte del cuerpo. Aun así, esta prenda tiene un objetivo preciso y para una ocasión (ocasiones) particular. Y si tengo que decir cuál es, es que no eres el fan de la lencería que yo creía. ¡Bien por ti!
Ahora es cuando podríais decir que la corbata tiene el mismo objetivo. Distinguir y proclamar la seriedad de, pongamos, un empleo, la posición económica de un individuo o las tendencias festivas de alguien con predilección por la asfixia auto erótica.
Podría ser. Pero el argumento queda algo cojo cuando observas que también se usa en bodas, banquetes, bautizos y tantas otras festividades solemnes donde, curiosamente, muchas veces acaba variando su ubicación original para terminar en (por orden de embriaguez) cintura, cabeza o bragueta.
¿Es entonces un símbolo de solemnidad, de posición social, de virtuosismo pornográfico?
No lo acabo de tener claro. Pero lo que sí sé, es que todas mis dudas se disiparían si la corbata tuviera un objetivo prístino que me convenciera de su utilización.
Se me ocurre, por ejemplo, que podría llevar un clip en su extremo final para enlazar con la cintura del pantalón. Sería el nuevo mono-tirante (si alguien lo patenta…Me enteraré)
O mejor aún, teniendo en cuenta que la corbata tiene dos lados, el que queda de cara al público y el que contacta con nuestra curva de la felicidad, ¿qué tal dotar a este último lado de una banda rugosa y absorbente? La de servilletas y papel de cocina que se ahorraría el mundo. Por no hablar de esas horribles últimas gotas de orín que nunca acaban de ser expulsadas correctamente y que se adhieren con ganas a nuestra ropa interior.
Y como este muchos otros usos. Sujeta gafas, bolsillo externo para el móvil, manos libres para metro y autobús, espejito reversible, peine de emergencia, afilador de cuchillos, salva pezones, ambientador de cuello, anti estrés (con papel de burbujas al dorso)…
A la espera de que algo así aparezca, continuaré con mis dudas existenciales corbateras, que si bien no me amargan la vida, me hacen arrugar la nariz de vez en cuando.
¡Un abrazote!
P.D. Acertasteis. En las bodas mi corbata acaba en la bragueta.
jueves, 20 de marzo de 2014
miércoles, 19 de marzo de 2014
martes, 18 de marzo de 2014
18 / 03 / 14
Un besazo para todos mis conocidos (y desconocidos) que siguen padeciendo la ausencia solar. Sabed que no todo ha sido en vano. Gracias a ello, ya hay un dicho popular que se ha agregado a nuestro léxico diario: Tengo menos sexo que los gallegos sol.
¡Un abrazote!
Cornerrollo (casi) diario
Superadas crisis existenciales, superadas crisis orgánicas, superadas crisis mentales, nos encontramos en esa etapa inclasificable de la vida en que, definitivamente no eres joven (no hay Bótox, retoque quirúrgico o pasamontañas capaz de disimularlo), pero tampoco eres viejo (entendiendo la vejez como la edad del titanio y sus excelentes caderas modelo Terminator), que va de los 45 a los 55 años.
Comprendemos la inevitabilidad del paso del tiempo y el verdadero lugar donde reside la belleza, que no es otro que en nuestro interior. Y es tan grande la noticia, tan grande el descubrimiento, que se extiende más rápido que la pólvora, con más velocidad que un Fórmula 1 pilotado por cualquiera que no sea Fernando Alonso, con más celeridad que un tuit profundo sobre Felaciónes y Tetonas… Hasta llegar a nuestro médico de cabecera.
De pronto, cualquier interés en nuestras rodillas, eccemas o lunares que, si se miran con los ojos entrecerrados, aparentan la cara de Mick Jagger, desaparece. Ahora nuestro médico sólo tiene una obsesión. Conocernos bien, perfectamente, como nadie nos haya conocido jamás. Por dentro.
Colonoscopias, tactos rectales, gastroscopias… Tu cuerpo será invadido por tantas cámaras que no sabrás si estás viendo el final de tu intestino delgado o un “reality” de Tele 5. Tendrás la tentación de enviar mensajes de texto con la palabra Próstata SI / Próstata NO al 5552 para ver si te toca un viaje a la china, donde se comenta que los doctores no poseen índices del tamaño de butifarras. Incluso recibirás copias de esos vídeos para que puedas utilizar la moviola y cerciorarte de que no había fuera de juego durante la prospección.
Si has tenido críos, lo más probable es que empiecen a tener sus propias vidas (estudiando, trabajando, traficando) y ese gran espacio que has dedicado a ellos durante tantos y tantos años, te golpearán como al esclavo que de pronto se le informa de que es libre. Sí, eres libre. Pero, ¿libre para qué?
Empieza entonces la etapa de los Hobbies; ocupaciones que irán de lo habitual (fotografía, pintura, modelado de arcilla) a lo inverosímil (meditación, viajes astrales, Spinning Yoga). Y no tiene nada de malo. ¡Al revés! Es bueno probar cosas nuevas. No lo es tanto la obsesión con la que muchos acogerán estas nuevas ocupaciones.
Las casas se llenarán de potes, jarrones o arte abstracto que pretenden pasar por potes y jarrones. Olor a pintura, a líquido de revelado, cedés de música trascendental con aullidos susurrantes de ballenas en celo o imágenes del gurú Zalam, encargado de la recogida de los elegidos en el portal espacio temporal.
Llegará también el inevitable desfase tecnológico. Unas gafas bifocales se convertirán en algo más difícil de utilizar que las google glass, y cualquier pipiolo que acabe de entrar en tu trabajo te dará consejos y te enseñará a manejarlas con un bufido mientras practica el clásico movimiento de entornado de ojos que todos sabemos significa, más o menos, ¿de qué parque Jurásico ha escapado este tipo?
El número de siglas que oirás pronunciar a diario te darán dolor de cabeza. Escucharás novedades tecnológicas que tu cerebro se negará a reconocer como maquinaria y las pasará de inmediato al departamento de magia y recordarás con pesar, aquel momento en que programabas el vídeo sin ningún tipo de problema ante las miradas de sorpresa de tus abuelos.
En lo personal, debería haberse conseguido un cierto grado de estabilidad, ya sea en pareja o solos, aceptando y disfrutando de esa condición. No estoy hablando de abandonar la esperanza del amor (qué bonito ha quedado) ni mucho menos. Simplemente se trata de acoger con estoicidad el momento en el que estás sin que te obsesione la necesidad de cambiarlo. Si llega, estupendo. Si no, mejor sólo que mal acompañado.
Se te clasificará inmediatamente con etiquetas que no tienen por qué corresponder a la realidad; que si Cougar, que si padres carcas, que si loca de los gatos, que si Bates (hombres de más 45 años que vive en casa de su madre), que si Hippies fuma porros....
Y para acabar con algo positivo, que lo hay, y mucho, te conocerás tan bien que no necesitarás de energéticos saltos del tigre, inverosímiles posiciones kamasutrescas o maratonianos sprints sexuales para proporcionar o recibir placer. El sexo se convertirá en un placer equiparable al de un enólogo al encontrar un buen vino. Se tomará con calma, dejándolo respirar. Disfrutando del placer de toda la operación, no sólo de la parte de los gruñidos, sudores, mordiscos, máscaras de látex y fustas calienta culos (¡no me juzguéis!)
Como siempre me dejo multitud de cosas en el tintero (y en el fondo de mi cerebro), pero no quiero cansar al personal. Así que lo dejamos por hoy con este
¡Abrazote!
P.D. Lo de las fustas, el látex, los mordiscos… Era broma. A no ser que os guste en cuyo caso… (Ese momento en que deberías ordenar a tus dedos parar…)
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viernes, 14 de marzo de 2014
14 / 03 / 14
Cornerrollo (casi) diario
La RAE define la madurez con tres acepciones: 1. Sazón de los frutos 2. Buen juicio, prudencia, sensatez 3. Edad de la persona que ha alcanzado su plenitud vital y aún no ha llegado a la vejez. ¿Por qué esta división? Porque los académicos de la lengua son personas ilustradas, versadas, cultas y, sobretodo, viejos. Lo suficientemente ancianos como para saber que (dejando aparte la Sazón frutera) mezclar la plenitud vital con el buen juicio, la prudencia y la sensatez, no sólo hubiera sido un error, sino también una mentira.
No. La madurez no significa alcanzar un estado Zen de tranquilidad y de pensamiento. Todo lo contrario. De pronto, las arrugas, la pérdida de la juventud, el deterioro físico, las responsabilidades adultas y la coliflor redirigen sus vectores de dirección aéreos para entrar en colisión. Y aunque se encienden todas las alarmas, aunque las sirenas aúllan con todo su poder “decibélico”, nada puede detener el brutal choque de trenes que termina creando la tormenta perfecta (sin Clooney que valga), llamada crisis existencial.
Y el cerebro, el segundo órgano favorito de Woody Allen (y el primero para mí, por desuso del segundo), se encuentra en pleno ojo del huracán.
Los más avispados, pronto utilizan sus máquinas de contar (dedos) y comprenden, espantados, que haciendo una media global de la esperanza de vida de un ser humano, le quedan menos años por vivir de los ya disfrutados. ¡Primer gancho de izquierdas!
Otros, sin venir a cuento, un día pasan frente al espejo al que cada día acuden con los ojos rojos e hinchados antes de ir a trabajar y se detienen. Se detienen porque, por un momento, no han podido reconocer la imagen que ese espejo trae de vuelta. Y como toda inspección que se realiza de forma minuciosa (igual que una limpieza debajo del sofá) descubren arrugas, canas, ojeras, patas de gallo o claros donde antes había pelo que juran y perjuran no estaban allí el día anterior ¡Uppercut al mentón y K.O fulminante!
Con el descubrimiento, todo aquel ser tan especial que alguna vez fuimos, aquel que era consciente de su propia existencia, desaparece con la velocidad de un chasquido de dedos.
Y es entonces cuando comienza el comportamiento irracional. Esas apasionadas vueltas al gimnasio de gente que nunca antes había pisado un gimnasio y que cree que el spinning resolverá su problema de puntos negros nasales.
Los coches caros, los monovolúmenes de última generación, las mamás tanque (¡Jeeps en medio de la ciudad!), los divorcios estúpidos, las divorciadas salidas que celebran cada noche de fiesta como si fuera la última, tatuajes que no quedan bien, piercings en zonas insospechadas, parejas que se llaman entre ellos papá y mamá, voluntad para llevar el sexo a otro nivel probando tríos, quintetos u orgías en los que antes nunca habían estado interesados, utilización de jerga “moderna” en labios de personas que no saben utilizar la “jerga” moderna, resacas de cinco días, teles de 100 pulgadas, dietas de la alcachofa, de la sandía, del pepino, del Kiwi, Atkins, footing decadente, pantalones que no caben, cinturones alza barrigas, fajas para hombres, Bótox, modelitos que sólo favorecen a quien se mira en el espejo y miles y miles de comportamientos erráticos que hacen que nos preguntemos si madurez era el mejor término para definir la etapa en la que nos encontramos.
¡Puf! Vaya párrafo Tour de Force me ha salido. Suficiente para dejarlo por hoy. El Lunes más pero con mucho menos.
¡Un abrazote!
P.D. Acumulando ideas para empezar mi comportamiento errático. Cualquier consejo será escuchado con atención. ¡Sigo siendo deseable! (le dije a mi espejo).
jueves, 13 de marzo de 2014
13 / 03 / 14
A ver si hoy puedo acabar el cornerrollo (tengo visitas en casa y está siendo complicado ponerse a trabajar). Si no, habrá que ir pensando en cambiar el nombre a la sección por el de cornerrollo (casi) diario.
¡un abrazote!
miércoles, 12 de marzo de 2014
martes, 11 de marzo de 2014
11 / 03 / 14
Cornerrollo diario
Terminada la juventud, entramos de golpe en la edad adulta. De pronto, disponemos de todas las herramientas para llevar a cabo la tarea para la cual fuimos creados (más allá de consideraciones religiosas como amar al prójimo, reencarnaciones varias y viajes a Raticulín) que no es distinta a la de cualquier otra especie; crecer (a lo ancho, no queda otra) y multiplicarse (por tres, por dos, por uno o por cero, cosas del libre albedrío).
Es por eso que a mí me gusta dividir este ciclo en dos partes llamadas “De los niños y las bodas”. Es cierto que, en general, el orden es el opuesto al título (aunque en la viña del señor de Freixenet caben todos los supuestos; boda-niño, niño-boda, boda-sin niño, niño sin boda, boda-cigoto simultáneo) pero qué queréis que os diga, me gusta hacerme el ilustrado después de visitar un par de wikipedias.
Para empezar, sabréis que habéis entrado en la edad adulta cuando las conversaciones con tus amigos se inicien invariablemente con un “cómo te va el trabajo”. Ya puedes estar sufriendo los más amargos picores “gonorreicos”, soportando las hemorroides más salvajes o aderezando con tu caspa las jarras de cerveza que os han servido en el bar, que nadie querrá entrar en el tema hasta que la pregunta haya sido contestada.
Se acumularán los traslados, y lo que es peor, las peticiones de ayuda en los traslados de la gente que empieza a emanciparse. Te sentirás como los amigos idiotas a los que engañaba Tom Sawyer para pintar la valla de su tía Polly (Wikipedia 2 – Corner 0) subiendo sofás por escaleras pensadas para la tortura y el dolor, estucando paredes (¡estucando!) sin saber exactamente qué estás haciendo o mostrando tu dominio del sueco mudo montando armarios Ikea.
En vez de cartas de agradecimiento (sí, una cerveza está bien, pero reconozcámoslo, sois un poco tacaños, al menos cocinaos algo) empezarán a llegar cartas de invitación a bodas. Y no es que tenga nada en contra de las bodas. Me parece un modo como cualquier otro de celebrar una unión. Incluso me ilusionaron las dos primeras. Un poco menos la tercera. A la cuarta y a la quinta empecé a tomarles algo de manía. A partir de la sexta, un odio impropio de alguien que tiene que hacer un brindis gracioso antes de desmayarse ante la barra libre.
Y entre bodas, despedidas de soltero. Gente comportándose como nunca lo ha hecho cuando salían, strippers que en fin, le quitan toda la gracia a la fantasía erótica que habías imaginado gracias a las películas de Harry el sucio, y dinero, mucho dinero, dinero por todos lados, dinero, eso sí, con una característica en común: que siempre fluye en la misma dirección; de ti, hacia otros.
Y justo cuando la fiebre “bodera” parece relajarse, llegan los embarazos. Y fijaos que digo embarazo, que no nacimiento. Porque los nueve meses previos a la llegada de la babosilla (que sí, que con el tiempo será monísima) sirven de preparación para TODOS (aunque no hayas estado implicado ni siquiera en la parte divertida). Sin venir a cuento, sabrás lo que es un saca leches (y no, no forma parte de la parte divertida), las diferencias entre carritos, las luchas a muerte entre defensoras del pecho y el biberón, el pañal, uso y desuso, cuándo debe eliminarse el chupete, temperatura óptima de la leche, ¿Esterilizas o enriqueces? Y muchas otras sorpresas que no quiero desvelar para la gente que esté a punto de entrar en ello.
A nivel orgánico, aparecerán los primero pelos muy, muy rubios (White is the new blond), las primeras sentadillas orgásmicas (sillón+persona sentada+incorporación+¡aaaah!), los primeros ¡qué viejo estoy!, los primeros “no entiendo a esta generación” seguidos de “En mi época”, M80 empezará a parecerte una emisora actual, descubrirás por la Wikipedia quién son los Jonas Brothers, pasarás de un trabajo a otro (algunos con suerte, otros con menos), las corbatas, los trajes, el vino como placer (apartado de la coca-cola) y muchas otras que no caben porque he superado las 15 mil palabras y eso significa que, estadísticamente, cualquier persona con un déficit de atención de más del 5 % será incapaz de acabar este texto.
Por eso lo dejamos por hoy y nos vemos mañana en la madurez.
¡Un abrazote!
P.D. Mis ¡Aaaaah! de sillón son totalmente distintos de los ¡Aaaah! de cama.
lunes, 10 de marzo de 2014
10 / 03 / 14
Cornerrollo diario
Tras la pubertad, llega la hora de disfrutar. Somos mayores, nos dejan votar (sí, a todos, miedito), podemos entrar en un Bingo (cosas más raras se han hecho), comprar tabaco sin utilizar al compañero que cuenta con barba desde los 13, comprar alcohol sin disimular añadiendo un par de interviús y seguir mostrando una y otra vez el carnet en las discotecas ante la mirada de recelo de los seguratas que han dejado entrar, antes que a ti, a dos preciosas jóvenes a las que no echabas la mitad de tu edad.
La sabiduría popular enmarca esta etapa vital desde la entrada a la Universidad (Módulos, FP, primeros trabajos) a la salida (del Módulo, de la FP, del paro). Como soy un dinosaurio, y la sociedad ha cambiado tanto (hablamos sobre todo a nivel económico) no me atrevo a conjeturar cuál es el punto que marca, hoy día, el final de este periodo.
Pero en mis tiempos (pronunciadlo con voz ajada y temblorosa para darle realismo) uno sabía que se acababa este ciclo cuando en un bar, a eso de las 2 de la madrugada, con la mesa llena de cervezas, kalimotxo y algún combinado, rodeado de tus amigos en estado semi-ebrio, entre risas y recuerdos de fechorías que cometisteis diez años atrás, alguien pronunciaba con la dificultad del que quiere que le entiendan yendo cocido, la palabra hipoteca.
Nunca una palabra había sido tan poderosa desde Supercalifragilisticoespialidoso o ¡Expeliarmus! Nunca una sola palabra había podido desviar una conversación sobre la longitud, el peso y la firmeza de los pechos de Marta Sánchez a otra sobre la flexibilidad, la volatibilidad y la capacidad del euríbor trimestral.
Y una vez pronunciada, no hay vuelta atrás, acabas de entrar en la edad adulta.
Atrás quedarán las juergas, la disgregación de los amigos de la infancia, la creación de nuevos grupos de amigos con tus mismos intereses, los primeros amores serios, los primeros odios hacia las parejas de tus amigos, los primeros coches, los primeros viajes “colegueros”, los primeros (y últimos) “¡No hay huevos!”, si tienes suerte, mucho sexo, si tienes mala suerte, algún sexo y si no crees en la suerte, mucho amor propio manual, las primeras reflexiones acerca de cómo la vida pasa entre los dedos, el miedo al futuro, la añoranza del pasado sencillo y un montón de cosas más que a los que tienen más de treinta años les acaba de hacer suspirar y a los menores temblar de miedo por lo que les viene encima.
Y con este párrafo filosófico-festivo terminaremos el rollo de hoy. Mañana más, pero con mucho menos.
¡Un abrazote!
P.D. Si dices tres veces Hipoteca ante el espejo, el Íbex35 baja de los 10 mil puntos y Zara pone de moda las hombreras para bebés.
sábado, 8 de marzo de 2014
viernes, 7 de marzo de 2014
07 / 03 / 14
Cornerrollo diario
Para los que faltaron a la cita de anteayer (acabé muy tarde y decidí que no merecía la pena publicar a esas horas), informaros de que podéis encontrar la primera parte de este rollo un poquitín más abajo o podéis visitarme en Facebook.
Ayer nos quedamos analizando la pubertad. Esa maravillosa edad en que las hormonas se alteran, hierven, se deshacen como la couldina en el agua formando torbellinos burbujeantes y que, como los rayos Gamma a Bruce Banner, transforman a pequeños querubines en monstruos descontrolados que aplastan todo aquello que se interpone en su camino.
Se suele acotar esta etapa, corta pero intensa, en un solo bloque. Pero si nos fijamos bien, hay dos fases bien definidas. En aras de una mejor comprensión, las llamaremos de forma provisional “la fase de posesión” y “la fase del exorcismo”
La diferencia básica entre ambas es que, en la primera, nos enfrentamos a niños actuando como adultos, mientras que, en la segunda, lucharemos con “adultos” actuando como niños.
Durante la fase de posesión, los cambios son pequeños pero poderosos. Por ejemplo, comienzan las oposiciones a grupo social. Nunca, y repito, NUNCA más van a esforzarse tanto en nada como lo harán para descubrir e intentar conseguir un puesto de funcionario social. Será un pijo, será un Skater, será un Heavy, será un deportista, será un raro, será un friki, será un gótico, será un Emo, será un hombre lobo, será un vampiro, será un empollón, será una IA con tendencias dictatoriales y homicidas (tiempo al tiempo), será lo que quiera o le dejen ser.
Y, de pronto, la moda pasará a ser una parte fundamenta, el lavabo estará ocupado un mínimo de tres horas diarias, las comparaciones literarias alcanzarán la cúspide de su léxico (podríais ser COMO los padres de María y dejarme ir a la fiesta), los calcetines de los varones deberán ser lavados entre tres y cuatro ocasiones (más desinfectante orgánico o en caso extremo, incineración), los pestillos (de tenerlos) se pondrán de moda, el humor alcanzará cotas bipolares, las amistades cambiarán a ritmo vertiginoso, las salidas familiares serán su tortura y los padres dejarán de saberlo todo para no entender nada.
¿Cuándo termina la fase de posesión? No hay indicios claros, pero sí una prueba léxica que todo padre puede utilizar. Porque aunque continúe el crecimiento, tanto corporal como cognitivo, del ser pubescente, aunque lea en catalán en la intimidad, Proust pase a ser su héroe “madaleno” y Popper signifique más para él un acercamiento lógico a la ciencia que una droga de escaso interés lúdico, todo su léxico en casa se verá reducido a tres palabras. En realidad dos, y una interjección de regalo, que son: cosas, todo bien y ¡Grunt! (gruñido gutural que viene a significar joder, mamá/papá, qué plasta eres).
Sí, esas tres palabras hilvanarán cualquier intento de conversación, serán un comodín terminológico, una figura retórica de nueva cuña a la que podríamos llamar la “totalización”. E aquí un ejemplo práctico:
- Oye Pedro, ¿qué has hecho en el instituto?
- Cosas
- ¿Cómo te ha ido el examen?
- Todo bien.
- ¿Prefieres que cenemos judías o pasta?
- ¡Grunt!
Así que, cuando oigas alguna de estas tres palabras, empieza a temblar. Porque se te vienen encima los conciertos de portazos, la música a todo trapo, las salidas misteriosas, las primeras depresiones amorosas, los gritos de asco y repugnancia cuando intentes hablar con ellos de sexo, la desaparición de condones, la defensa de la paga como derecho social, el opuesto como sistema de actuación a cualquier consejo, la sombra Mexicana sobre el labio superior, el desparrame de la depilación, los conjuntos y “looks” estúpidos (que gracias a las redes sociales les acompañarán para siempre), los pelos esparcidos, las manías, las dietas, el ejercicio, los tangas, los calzoncillos culeros, el pudor idiota y muchas, muchas más que cualquier padre de un chaval en la edad del pavo puede explicaros con pelos y señales.
Cuenten lo que cuenten, creedles. Será verdad.
Por desgracia, la finalización de la fase de exorcismo varía en cada adolescente. Algunos se centran rápido (los menos) a otros les cuesta años desprenderse de la tontería y algunos, se estancan adoptando una actitud estacionaria que les acompañará para siempre, como la Fuerza a Luke, la sudoración excesiva a Paquirrín o las hemorroides a desafortunados genéticos.
Daremos por finalizado el capítulo de hoy. Mucho he tenido que recortar ya para no hacer de este cornerrollo una saga, por lo que continuaremos el lunes con otra etapa vital, en este caso, la juventud.
¡Un abrazote!
P.D. Hay granos que no se enteran de que su época ya pasó.
jueves, 6 de marzo de 2014
06 / 03 / 14
Acabo de llegar a casa después de un día ajetreado. Tengo unos 20 minutos antes de irme otra vez, así que intentaré acabar el cornerrollo del día. ¡Pero no prometo nada! Si no, por la noche estará publicado ¡Seguro!
¡Un abrazote!
miércoles, 5 de marzo de 2014
05 / 03 / 14
Cornerrollo diario
Hoy me gustaría hablar sobre las edades del hombre (como si hubiera alguien que pudiera impedírmelo), no tanto por tener un interés antropológico sobre el tema, que no lo tengo, sino porque creo sinceramente que las etapas en que se ha dividido nuestra existencia no están bien delimitadas.
Solemos definir esta clasificación: niñez, pubertad, juventud, edad adulta, madurez y tercera edad.
La niñez, también denominada “48 horas más (de sueño)”, transcurre entre el nacimiento y los 12 años. La pubertad, que recibe el subtítulo de “la profecía” o “el exorcista”, comprende de los 12 a los 18 años.
La juventud, que también conocida como “Jo, qué noche” o “Aquellas juergas Universitarias”, comprende de los 18 a los 25 años. La madurez, llamada en los círculos filosóficos “una cana al aire” o “I’m too old for this shit”, va desde los 25 a los 45 años.
La edad adulta, subtitulada como “Crisis de identidad” o “Estos pantalones vaqueros aún me entran”, de los 45 a los 60 años. Y por último, la tercera edad, conocida también por “Este muerto está muy vivo” o “El abuelo tiene un plan”, que va desde los 65 años a la muerte (super yuyu).
Para definir las fronteras entre una y otra etapa, seguimos tirando de tópicos que ya han quedado obsoletos. Decimos, por ejemplo, que la niñez termina con la aparición del primer grano pubescente, o que la misma pubertad, acaba cuando en vez de un grito y un aspaviento seguido de un “tú no lo entiendes, tú no entiendes nada” dedicado a tus padres, empiezas a formar palabras y a construir frases de forma coherente.
En la mayoría de los casos, estas fronteras son realistas, pero incompletas.
Para empezar, la infancia se debería distribuir en tres grandes bloques. La primera es aquella en que no eres más que una larva balbuceante que come, chilla, duerme y defeca de forma más regular que un consumidor de All Bran. Esta etapa termina en el momento en que el pequeño Gusiluz te mira y pregunta ¿Por qué?
Abiertas las puertas del infierno a los “porqués” que terminan invariablemente con un “porque yo lo digo, ¿vale?” nos metemos de lleno en la segunda gran etapa donde aparecen los GIJOes y las Barbies (Diós, qué viejo soy), los pocoyós, los cuentos repetitivos, las canciones repetitivas, las películas repetitivas, los ataques de nervios (parentales) repetitivos y que concluirá, súbitamente, con la aparición del primer póster de Milley Cyrus, Justin Beaver, One Direction o sucedáneo que aparezca en el futuro.
Abrazada la religión “Disneyriana”, la infancia correrá en pos de la pubertad a una velocidad vertiginosa, descubriendo los vestidos-disfraces, la purpurina, las zapatillas de deporte brillantes, los móviles, las consolas, las princesas Disney, las calcomanías tatuaje, las gafas, la ortodoncia, la posesividad (mi cuarto es mío), la puerta cerrada, los mensajitos, las libretitas con corazones, los mangas salidos y multitud de otras referencias que estoy seguro se os ocurren ahora mismo.
Y si bien es cierto que los granos marcan en cierta manera la aparición de la pubertad, en esta sociedad avanzada primero las mujeres (qué puedo decir, siempre van un paso por delante) y después los hombres llegarán a ella mediante dos gestos exclusivos.
Para ellas, es el cambio de dirección de melena. ¿No sabéis qué es?, ¿no lo visualizáis? Pensad en esto. Chiquilla, 13 años recién cumplidos. Pelo largo (o media melena). Diademas o clips opcionales. Sin venir a cuento, sin previo aviso, sentada en su pupitre de clase, tomando apuntes (¿aún los toman?) deja todo lo que está haciendo y alza la mano derecha o izquierda (hay que elegir, no es un movimiento pensado para la ambivalencia “bracística”) la lleva al nacimiento de su cabello (lado opuesto de la mano escogida) y con gracia y picardía ¡Zas! cambia la dirección de su peinado de un lado a otro seguida de una sonrisa pizpireta asignada a algún objetivo (hembra o varón) que se derrite al contemplarla. Ese, ese es el momento en que empieza la pubertad para ellas.
El de los chicos es bastante menos sutil (va en los genes) y prácticamente no ha cambiado en lo que llevamos de existencia. Se llama “¡Es que no sabes llamar a la puerta!” seguido de saltitos, cierre de cremallera, enrojecimiento facial y vergüenza sublimada.
Toc, toc, ¿quién es? SOY LA PUBERTAD.
Lo dejaremos por hoy, porque en esta sociedad internauta más de 14.000 palabras resulta un suicidio editorial. Mañana continuará. Y mientras tanto…
¡Un abrazote!
P.D. Mi pubertad llegó a los 20 años. ¡Y seguís sin entenderme, sin entender nada!
martes, 4 de marzo de 2014
04 / 03 / 14
Cornerrollo diario
Para aquellos que habitualmente trabajamos en casa, las rutinas se convierten en algo esencial. De no ser así, puedes caer con facilidad en una espiral horaria que termina contigo almorzando a las 2 de la tarde, empezando a trabajar a las 4 y pidiendo un kebab a las 5 de la mañana.
Hay cientos de formas de marcarte un horario. Puedes optar por crear elaboradas tablas de Word con colorines vistosos, crear un entramado de alarmas que suenen a horas dispares o grabaciones musicales temporizadas. Pero al final, lo que realmente funciona, son los mapas sonoros.
¿Qué es un mapa sonoro? Ahora mismo lo explico. Antes, aclarar que no todo el mundo tiene la suerte de poder utilizarlos. Para empezar, es indispensable vivir en un bloque de pisos con multitud de amistosos vecinos y contar con el beneplácito de un constructor sin escrúpulos que crea que la contaminación acústica es todo álbum musical publicado después de los 80.
Si has sido agraciado con todos estos elementos (paredes de papel de fumar y gente, mucha gente a tu lado) puedes empezar a fabricar tu mapa sonoro.
En mi caso, el día empieza a las ocho y media de la mañana. ¿Es la hora a la que suena el despertador? ¡No! Es la hora a la que los vecinitos del sexto, que supongo deben tener entre seis y nueve años, bajan con su madre para ir al colegio. Entre los dos, consiguen una armonía vocálica digna de los niños cantores de Viena, y que empieza con un ¡AAAAAAA! lejano que incrementa su intensidad conforme el ascensor desciende para acabar con un ¡IIIIIIIII! Más lejano aun cuando el ascensor llega a la planta baja. ¡Hora de levantarse!
Tras el café, un repaso a los periódicos internáuticos y vestirse o no dependiendo del estado sexi en que me encuentre, llega el momento de poner manos a la obra. En esta ocasión, es una vecina (desconocida), situada entre uno y dos pisos por encima, la encargada de darme el aviso. Su visita al lavabo, que empieza con una ristra de arcadas y toses digna de un fumador de 90 años y acaba con el vómito (sí, vómito) que provoca un ¡CHAF! acuoso y nauseabundo, hace que cualquier rastro de hambre que quedara en mi interior desaparezca y quiera encerrarme en mi cuarto a trabajar.
Puesto en faena, divido la mañana en un par de proyectos para no quemarme demasiado las neuronas. EL momento de cambiar de uno a otro, está patrocinado íntegramente por el cartero comercial que tiene la delicadeza de llamar a TODOS los timbres del edificio no menos de TRES veces. El efecto es curioso porque puedes escuchar como los ¡RINGS! Suben las escaleras como si de un humano con campanillas en los tobillos se tratara. ¡Cambio!
El siguiente interludio llega a la hora de comer. A eso de la una y media, mi vecino, que vive puerta con puerta, muy majete, por cierto, llega de hacer lo que quiera que haga durante la mañana, abre la puerta y suelta un ¡SE PUEEEEEEEEEEDE! que retumba en todo el edificio. ¡una voz de mujer, supongo que es la señora de la limpieza, contesta con un aflautado ¡Paaaaaaaaaaseeeeeeee! Que si bien no llega a las cotas energéticas del grito anterior, no tiene nada que envidiar a una Laura Pausini en sus mejores tiempo. ¡Lunch Time!
Después de comer y preparar un buen cortado anti sopores, es momento de volver a la carga. Y quién mejor que mi vecino de arriba, al que no tengo el placer de conocer, para dar la nota de aviso. El hombre (o mujer) cada día, a las tres y media, tiene la necesidad de mover un sillón (mesa, silla, cuerpo moribundo) desde la entrada hasta el salón. Un ¡ÑIIIIIIIIIIIIIIIIIII! Que se desplaza por el techo como los fantasmas de la peli de Amenábar y que acaba con un sonoro suspiro de satisfacción (dolor, tensión, terror). ¡A trabajar!
Para terminar el día, nada mejor que cerrar el círculo. Y por eso, a eso de las 5 y media, regresan mis vecinillos del coro, cambiando, eso sí, sus ¡AAAAAAAAs! e ¡IIIIIIIIIIIIIIs! por insultos y golpes del tipo ¡JOOOOOOOOOO! ¡VAAAAAAAA! ¡ES MÍIIIIIIIIIIOOOOO! Que acaba con un portazo que hace temblar la taza de lápices que tengo sobre el escritorio que dice, ¡It’s Over man!
Y hasta aquí puedo leer. Cread vuestro propio mapa sonoro, o mejor aún, formad parte del mapa sonoro de alguno de vuestros amistosos vecinos. Os lo agradecerán.
¡Un abrazote!
P.D. Veremos si hay algún sello discográfico dispuesto a publicar mi mapa sonoro.
lunes, 3 de marzo de 2014
03 / 03 / 14
Hoy no hay Cornerrollo. Pasarse la noche jugando al Oscar chupito, aunque sea por fines culturales, es demasiado duro para las neuronas. Aún así, de regalo, recupero una viñeta de los Oscars del año anterior que sigue resultando tristemente actual.
¡Un abrazote!
P.D. ¿12 años de esclavitud es una peli distópica sobre la posible victoria del PP durante tres legislaturas seguidas?
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