Empieza el baile de acusaciones. Que si tú trajiste el ébola, que si yo accedí a traer a una persona infectada (decisión que aplaudo) sin tener la más mínima instalación preparada (aplaudo menos) y sin formar a un equipo especializado para tratarle (¿existe el aplauso negativo?). Para que todo termine en primera plana señalando a la única persona a la que deberían (todos) dejar en paz.
Si nos ponemos filosóficos, todos somos culpables. Hace una semana tuve diarrea. Fui yo quién escogió el restaurante, fui yo quién me llevé la comida a la boca (que disfruté, aunque fuera brevemente) y fui yo quién pagó por los servicios. Sí, soy culpable. Aunque no fui yo quién preparó, sirvió y me cobró el plato (jugoso al principio, puré marrón al final) pero en última instancia fueron mis actos quienes desencadenaron el torrente excrementoso.
Está claro que nos enfrentamos a algo que nunca se ha hecho, sin preparación y con escasos conocimientos. Es normal, por tanto, que se produzcan errores. Como también es normal que el encargado de provocarlos los asuma y (sobretodo) intente corregirlos antes de empezar a señalar.
¡Un abrazote!
P.D. Mis castores estomacales han conseguido construir una presa para evitar futuros derramamientos.
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