Pues ya estamos todos listos y bien colocaditos en la línea de salida. Hemos comprobado los tacos, anudado los cordones, calentado nuestros músculos y sólo resta concentrarnos en la meta.
Pasar las Navidades.
El juez comprueba su reloj, levanta la pistola de fogueo y... ¡Dispara!
Salimos como una exhalación, impulsando con todas nuestras fuerzas. Sabemos que una buena salida es esencial para el devenir de la carrera. Estamos frescos y, con cierta facilidad, nos colocamos al frente, mandando, marcando el ritmo a seguir.
Enseguida llega la primera tanda de obstáculos en forma de parientes besucones, babeadores natos, marca labios, destroza mejillas. Lo más inteligente es aceptar el reto y jugar con las caderas, esquivando y fintando para reducir el daño al mínimo.
Llegamos a la mesa. Un par de tapones para los oídos evitarán la mayor parte de los gritos, improperios, chistes malos, chistes verdes e historias de la mili, pero sabemos que eso no es suficiente. El alcohol es a la vez un buen ayudante y un gran peligro. En la medida adecuada aturdirá nuestros sentidos para que la obra que se representa sea merecedora de un par de Bravos y aplausos contenidos. Si es escaso, acuciará nuestra mente dejando que los chascarrillos y puyas alcancen nuestra boca sin pasar por el filtro cerebral necesario. Si nos pasamos, el tiempo se dilata, los segundos se hacen interminables, las palabras se apelmazan en la boca y hay peligro de condimentar nuestra comida con grumitos gástricos.
Como somos unos veteranos, las fintas funcionan, los tapones ayudan, el alcohol se mide y llegamos a la cama en primera posición.
Estamos satisfechos, pero sabemos que sólo es una etapa. Estamos perdidos en un desierto helado sin GPS de voz sensual que nos indique hacia dónde hay que ir. ¡Pero qué demonios! Incluso puede llegar a ser divertido.
¡Feliz Navidad!
¡Un abrazote!
P.D. A las Gambas las viste el demonio.
P.D. A las Gambas las viste el demonio.
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