viernes, 17 de enero de 2014

17 / 01 / 14



Algo tienen los espejos cuando son capaces de provocar comportamientos que, en general, resultan extraños en nosotros.

Supongo que la culpa es de la misma naturaleza y el modo en que se acabó definiendo el diseño humano, con su cabeza, sus dos brazos, piernas a juego, atributos sexuales y conciencia de sí mismos. Porque ser auto consciente, comprender que estamos vivos y que un día moriremos, choca de frente con la idea de no poder vernos a nosotros mismos.

¿Qué daño hubiera hecho un par de ojos extensibles? ¿Quién soy? ¿Cómo soy? Fácil. Me saco mi ojo con wifi y me pego un buen repaso. Ah, bien. No es lo que esperaba pero ese, con todos esos defectos, soy yo. Pero no. Nada de eso. Ojos al frente. Bien pegaditos. para que ni siquiera podamos ver al capullo que nos pega collejas en clase.

Y es por eso que los espejos tienen ese poder hipnótico. No se trata de narcisismo (al menos en la mayoría de los casos) sino de auto descubrimiento. ¡Vaya! ahí estoy. ¿Cómo te va? Y de ahí a los comportamientos extraños porque, ¿quién no se para frente al espejo de un ascensor para reconocerse, hacer muecas, poses que utilizas en determinadas ocasiones que crees que resultan sexis pero resultan, como mínimo, inquietantes? Sacadas de lengua, guiños, peinado de último minuto, reconocimiento de granos sospechosos, canas malditas y todo un compendio de comportamientos que, sin espejo, no tendrían cabida.

Pero nada podemos hacer. Los espejos siguen ahí, como el reflejo que admiro ahora mismo en la pantalla de mi ordenador que parece decir... ¡No te enrolles más! Pues le haré caso.

¡Un abrazote!

P.D. Pongo primero las viñetas para que nadie tenga que soportar estos rollos interminables y arriesgarse a sufrir un esguince de dedo al desplazar el ratón.
















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