Cornerrollo diario
Los supermercados son un mundo aparte. Un Narnia sin armarios, un Oz sin tacones rojos, una Santa Coloma con catalanoparlantes.
Nada más entrar tienes que escoger tus armas. Puedes optar por un acorazado, un carro de gran capacidad tanto de espacio como de embestida o por un tanque ligero, un carrito con asa al que paseas por el supermercado como a tu perro por la calle.
Una vez armado, entras en el campo de batalla. Los enemigos se mueven de un lado a otro de forma errática, sin rumbo fijo. Y los hay de tantos tipos que se podría crear una Tierra Media supermercadera.
Tenemos a los “caminantes”. Son sencillos de reconocer. Andan a paso lento admirando los productos como si nunca hubieran sospechado que una sopa podía salir de un sobre. No son especialmente peligrosos, pero estorban. Pueden detenerse sin previo aviso y quedarse atorados mirando un estante como si estuvieran atrapados en un campo cuántico y el mero hecho de mirar fijamente a un punto fijo pudiera hacer aparecer el producto que buscan.
También están los “bicéfalos”. Equipos formados por hombre y mujer que perpetúan el cliché de que las mujeres no saben conducir y los hombres son compradores analfabetos. El hombre permanecerá junto al carro, ambos brazos apoyados en la barra de empuje y cara de aburrimiento supino mientras observa a su pareja deambular de un lado a otro escogiendo productos e indicándole las bondades de cada uno de ellos. Aunque forman equipo, pueden separarse. En ese caso, hay que ir con cuidado. El hombre permanecerá aparcado en un rincón, alzando la cabeza como un suricato perdido en la estepa africana que se alarma con cada ruido desconocido. No hagas contacto visual, baja la cabeza y pasa junto a él sin desviar tu atención un milímetro del suelo. Su mirada tristona y vidriosa puede despertar sentimientos de adopción que no deben ser correspondidos bajo ningún concepto.
Cuidado con los profesionales. Son implacables y metódicos. Llevan una lista y un bolígrafo en la mano con el que tachan el producto conseguido. Te apartarán de mala manera, cogerán el último producto del estante aunque tú estés delante y en proceso de recogerlo. Son terminators de la compra. Sin sentimientos. Con el objetivo por encima de las consecuencias morales. Son la muerte con código de barras.
Llegados a la cola, es preciso evitar los “monederos”. En general son gente de la tercera edad, aunque puede haber excepciones. Son llamados así porque desde que llegan a la cola, sacan su carterita (siempre de cremallera) y la colocan a la altura del pecho. Por muy pocos productos que lleve, por muy apetecible que parezca ponerse tras ellos, no lo hagas. Perderás quince minutos de tu vida que nunca recuperarás. Una vez recogidos sus productos, preguntarán por el precio no menos de tres veces. ¿Cuánto? ¿Cuánto dice? ¿Eran diecisiete? Y sea el precio que sea, llevarán el importe exacto aunque unos terroristas accedan al recinto y su vida dependa de ello. Extenderán una importante cantidad de céntimos encima de la mesa, y con metódica paciencia, contarán, de uno en uno, hasta alcanzar el precio indicado. Y, al conseguirlo, volverán a contarlo, de uno en uno, para cerciorarse de que no hay errores. Si los ves, huye.
Me he dejado tanto en el tintero que mañana continuaré con una segunda parte supermercadera. Entre tanto,
¡Un abrazote!
P.D. Las cajeras del día son capaces de arrancarte la columna vertebral de un soplido. ¡Mantened la distancia!
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