Cornerrollo diario
Decir que no sé nada de coches es poco. La última vez que me quise hacer el
machote y rellenar el depósito de agua de los limpiaparabrisas, acabé metiendo
agua en el agujero equivocado (¡qué buen nombre para una peli porno mecánica!).
Con este dato en mente, tendréis que comprender que cada vez que voy al
mecánico, me siento un náufrago en una isla en la que todo el mundo habla
klingon, juega a klingball y practican el sexo tanklingon.
Y aunque de verdad intento conectar, es decir, no parecer un auténtico
imbécil, siempre pasa algo que estropea la jugada.
Hoy he ido a cambiar los neumáticos (el lunes tengo la exploración rectal
gubernamental, llamada comúnmente ITV). Antes de nada, he hecho una exploración
en la web para informarme de todo lo necesario. Escuchad la música de CSI e imaginad el
momento “montage” (pronunciado mountashhh) en que los científicos hacen los
descubrimientos necesarios para coger al actor invitado y famoso que todos
sabemos que es el malo del capítulo (ups, spoilers alert!). Pues eso mismo he
hecho, Gafas en mano, pasando de una web a otra, concentrándome en los
detalles. Casi tres minutos después tenía lo que quería. Las medidas exactas de
mis neumáticos. Confiado y seguro, he llegado al mecánico.
En términos biológicos, supongo que para el mecánico soy un cervatillo asustado
y perdido. Una presa fácil a la que atrapar y desangrar (no en el sentido de
engañar, sino en el de pasar un rato divertido a mi costa) Al verle, he
respirado hondo. Con mi ristra de medidas memorizadas, repitiéndolas como un
mantra en mi cabeza para no tener que sacar el papel donde lo he apuntado y
parecer un experto en la materia, me he acercado con paso decidido. Él, todo
virilidad, con su mono engrasado, músculos tensos, perlas de sudor corriendo
bajo la piel (sí, mi mecánico está bueno), trabajando agachado sobre un motor,
me ha hecho un ¡Chist!, ya sabéis el “te levanto un dedo porque estoy muy
concentrado y quiero acabar esto antes de atenderte”, que me ha dejado
totalmente descolocado.
He esperado, esperado, he mirado mi móvil, he fingido utilizar mi móvil, he
fingido que tengo tanta vida social que no paraba de enviar whatssapps, he
estudiado cada una de las grietas del techo, he medido mentalmente mis zapatos,
he mirado su culo (más como un artista mira una obra de arte que como un
viciosillo sexual)y entonces se ha girado. ¡Dime!
Le he informado de que quería cambiar las ruedas y cuando estaba a punto de
soltarle mi ristra de números tan bien memorizados, me ha preguntado por la
anchura. ¿El qué? Yo tengo una lista de números. ¿Cuál es la anchura?¿Se los
digo todos?¿Le enseño el papel?¿Me rasco la barbilla como si estuviera
reflexionando profundamente?... Y aunque todo esto parecen pensamientos relámpago
que cruzan tu mente en cuestión de
nanosegundos, en realidad no es así. Me ha mirado con compasión, todo yo una
babosa balbuceante lleno de, este, er, mm, aa, me ha dado un buen (y viril)
golpe en la espalda y me ha dicho. ¡No te preocupes, ya te lo miro yo!
Así que ya está- una vez más. El imbécil del mecánico. Hay que aceptarlo y
decir, pues sí. No entiendo tu idioma. ¡Pero me encanta tu trasero!
¡Un abrazote!
P.D. No, no voy a colgar una foto del trasero, viciosas… O viciosos.
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