Cornerrollo diario
Estoy harto de escuchar la eterna reivindicación femenina acerca de las
tallas de ropa que ofrecen las casas de moda. No porque no sea totalmente
legítima y necesaria, no entiendo que mujeres con cuerpos estupendos no puedan
lucir su figura más allá de una talla 38, sino porque entre la maraña de quejas
nos encontramos los grandes olvidados.
Los poseedores de pies pequeños.
No, no soy un hombre mecedora. Ya sabéis de qué hablo. Tíos que en vez de
pies parece que lleven esquís, como aquellas figuritas con peso en la parte
inferior que se balancean si los tocas y siempre recuperan su posición
vertical. Y estoy muy orgulloso, porque ya sabéis qué dicen de los hombres con
pies pequeños (poner aquí un elogio que pueda utilizar en posteriores
ocasiones, gracias)________________________________________________
Desde que mi pie alcanzó su medida ideal, siempre he tenido problemas para
encontrar calzado de mi talla. Antes, en la antigüedad, en la edad media de las
zapatillas deportivas, la era de los orcos y las Jordan, era un problema menor.
Siempre podía acceder a la sección infantil y encontrar algo que se ajustara.
Cierto, pasé mi adolescencia (que edad más mala y granada) y la mitad de
mis primeros 20 con zapatillas con dibujitos de tigres, spidermans,
corazoncitos y purpurina (¡gracias, sección femenina!) y algún que otro
Dartacán. No puedo decir que no fueran
chulas, que lo eran, pero destacaban un poco cuando te estabas haciendo el
hombre y diciendo delante de tus amigos que ya habías tocado una teta (en el
metro, en hora punta, en invierno, con siete capas de ropa por encima, pero
pecho al fin y al cabo).
Peor hubiera sido tener que ir descalzo. Más que nada porque entonces
debería haber encontrado un perro famélico a juego con mis pies negros con el
que pasearme. Y me gustan los perros, todos sabemos la historia de Ricky Martin
y la mermelada, pero tengo la piel delicada y odio los callos en general (en el
pie, en potaje y en persona).
Y todo hubiera quedado ahí si, de pronto, alguien, una mente preclara y
adelantada a su tiempo, su espacio y con pies gigantes, seguro, no hubiera
decidido que la sección infantil acabara en la talla 38 y la adulta comenzara
en la 40.
Parecía como si el 39 nunca hubiera existido. Los comerciales me miraban
interrogantes en las zapaterías. ¿39? ¿Está seguro que alguna vez existió
semejante talla? Me invadió la paranoia. ¿Estaría en una especie de Mátrix
podal? ¿Habrían menguado mis pies? Peor. ¿Habría menguado algo más de mi cuerpo,
algo mucho más importante como (mal pensados…) mi inteligencia?
Los estantes con el 39 seguían allí. Pero estaban vacíos. La respuesta era
siempre la misma. Se han agotado. No tenemos. Nunca llegaron. Me señalaban por
las calles como los ultra cuerpos chillando ¡39!¡39!¡39!
Y llegó el Decathlon. Con su web y su stock. Y mi vida cambió para siempre.
Abandoné la purpurina, a Dartacán y a Willie Fog. Y, sin embargo, mi vida
social y amorosa no cambió. ¿Sería cierto entonces, que no se debía a un
problema podológico? Ya se verá. De momento salgo por pies de este rollo con un
gran
¡Abrazote!
P.D. (noventero) Tampoco me hacen descuento en los masajes de pies.
¡Vergüenza!
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